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Francisco, El Hombre


Cuenta la leyenda vallenata que, en tiempos primigenios, hubo un cantor que iba, de pueblo en pueblo, llevando las noticias de toda la región y de lugares lejanos. La gente se sorprendía con sus versos. Por donde pasaba lo admiraban. Un día el diablo, siempre envidioso, encarnó en ser humano y decidió desafiarlo. Con toda la mala fe, la astucia y lo perverso que siempre ha sido y acompañado de la soberbia que lo caracteriza; estaba seguro de ganarle al juglar y llevarlo al infierno. Sin embargo, el rapsoda se olió la treta e invocando a la Trinidad y a la Virgen lo mandó a lo más profundo del Averno donde ni Dante pudo imaginar las torturas que le esperaban. Desde entonces los lugareños lo bautizaron como Francisco, El Hombre.

Han pasado muchos siglos y han sido numerosos los dolores que han sacudido a Colombia por culpa de la intolerancia y la violencia. Sin embargo, ha llegado un nuevo mensajero, también llamado Francisco El Hombre, que viene con sus sandalias caminando desde el sur de América y quien busca dejarnos las palabras renovadas de la Trinidad y de María.

Ha llegado para advertirnos que la confrontación armada fratricida debe acabar y que seremos libres cuando expresemos nuestra alegría sin el miedo de que las balas nos la arrebaten. Dice, además que: “La guerra sigue lo que hay de más bajo en nuestro corazón.” Estas palabras han sido pronunciadas para que las meditemos mucho y para detenernos a pensar que es urgente desterrar los odios. A menudo muchos compatriotas manifiestan su deseo de convertirse en seres humanos esencialmente buenos y alcanzar el reino prometido. Pero es bien sabido que sin “el amarse los unos a los otros, como yo los he amado” dicha intención jamás será una realidad. Así que es indispensable cambiar la mentalidad para alcanzarlo.

A un país dividido por las desigualdades sociales le es casi imposible crecer en armonía y llegar a desarrollar plenamente sus capacidades. Por eso, es más que necesario entender que sólo deponiendo las armas, tanto las de fuego como las que acompañan la intolerancia; se hará realidad el surgimiento de una nueva nación capaz de vivir en la paz de Cristo y con el debido respeto que nos debemos unos a otros.

El amable peregrino se dirige a jóvenes, casi niños y les lanza un desafío temerario: “Que las dificultades no los opriman. Que la violencia no los derrumbe.” El trabajo que les espera a las nuevas generaciones de colombianos no es tarea para hacer a la carrera. Es un compromiso para cumplir a lo largo de sus existencias como creyentes y como buenos ciudadanos. La vida está plagada de obstáculos. No siempre el despertar es plácido. El hambre, la ignorancia, la falta de oportunidades para muchos, duelen y sangran. Ellos, los que apenas ahora abandonan la adolescencia, tienen el deber de recorrer un camino que los lleve a descubrir esa “Colombia profunda” de la que habla el obispo de Roma. Únicamente con alegría y esperanza esa paz tan deseada podrá forjarse.

En Villavicencio, ciudad que se identifica con el inicio de un largo sendero verde, como la esperanza que tenemos en un mejor mañana, el encuentro estuvo marcado por el sonido angelical de las arpas. Sin embargo, el punto más destacado de la jornada se dio cuando se fundió lo sublime y lo humano: el testimonio de las víctimas de estos largos años de diversas intolerancias. Nada hará posible olvidar las palabras sentidas de doña Pastora, perdonando lo imperdonable. Una lección de amor que estará por siempre en la mente de muchos de los que la escucharon. Y a Francisco se le vio asombrado de que tanto dolor pudiera superarlo esta mujer humilde y salir a seguir luchando cada mañana. La innegable valentía de las colombianas se cristalizo en esta víctima sabia y santa.

Siguiendo con sus mensajes llegó a lo escarpado de loa Andes y allí se se pronunció en torno a las obligaciones de los conductores de almas. Manifestó que no es correcto lucrarse avariciosamente cuando se está comprometido con la fe en Jesús. Recordó que el excesivo apego al dinero es el camino más seguro para no estar jamás frente a la presencia divina. Reprochó esa vida de lujos que muchos anhelaban y recalcó, profundamente convencido de lo que hablaba, que la felicidad profunda se encuentra en el corazón verdaderamente puesto al servicio de toda la comunidad.

Existe una ciudad heroica y amurallada, donde muchos se han sentido, han sido y siguen siendo esclavos. No sólo por haber sido vendidos y comprados, como si se tratara de objetos y no de seres humanos, sino porque la miseria, el abandono gubernamental y de la sociedad, la falta de un servicio de salud, educación y de oportunidades, la explotación en sus trabajos, la corrupción política, hacen que miles de ellos estén literalmente cercados y que, como es bien sabido, a diario los continúen lacerando los piratas foráneos que llegan con todas las intenciones de realizar grandes negociados. Son las víctimas de una violencia pasiva que ejerce el Estado colombiano donde, día a día, se les aísla y se les estigmatiza al considerar que no es necesario oírlos que mucho menos deben ser atendidos.

Aún así, esas personas tan abandonadas por los poderosos de la ciudad, demuestran mucha más solidaridad hacia el prójimo que aquellos que tienen la posibilidad, desde sus posiciones de liderazgo, de asumir responsabilidades sociales, bien sea como políticos, como financistas o empresarios. Por eso, los conminó a dejar de lado sus vanidades y a asumir, sin dilaciones, el deber de luchar por un país más incluyente. Su mensaje apunta a olvidarse esas formas capitalistas de entender la economía para pasar a una visión humanista, donde lo que prime sea el bien común y no los intereses particulares.

Después de jornadas extenuantes, llegó el momento de llevar sus cantos de amor y entrega a otros pueblos tan necesitados como Colombia. Francisco se veía cansado. Pero su sonrisa diáfana no dejó de aparecer en ningún momento. Sabía que su misión había calado muy hondo.

Muchos estamos convencidos de que tenemos el deber de recorrer el sendero de la Esperanza. Esta sensación se percibe a través del latir calmo de los corazones que buscan reconciliarse, consigo mismos y con los demás. Fue debido a esa fuerza interna, recién germinada, que los jóvenes del Caribe consiguieron cantar y bailar con un entusiasmo desbordante. Francisco, El Hombre baila con su mirada y sonríe, con esa sonrisa amplia propia de las mentes limpias, carismáticas, amorosas, humildes y sabias. Una vez más el diablo sale con el rabo entre las piernas, mientras en el horizonte se lee claramente un mensaje: “Demos el primer paso”. Parece que esta vez lo estamos logrando. Simplemente sigamos caminando…

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