En alguna ocasión, en una dinámica de team building nos pidieron que expresáramos de manera gráfica, nuestra definición de ‘Hogar’. Yo pinté unas montañas, le puse una iglesia en la cima a una, le añadí un teleférico y cuando lo expliqué, dije que hogar, para mí, es ese sentimiento que me invade cuando llego de viaje y veo los cerros orientales de Bogotá.
Soy bogotana desde antes de ser feminista, y ambas cosas me atraviesan el alma y el cuerpo, tengo un acento cachaco que no puedo con él, y se me nota especialmente cuando me acaloro en discusiones feministas, pero ese no será el tema de hoy.
Hasta esta semana trabajé en el piso 32 de la Torre Colpatria, lo cual como bogotana, tiene un valor muy especial para mí. Hoy puedo decir que trabajé en la Torre, cuando todavía era el edificio más alto del país y eso me ha hecho sentir una nostalgia particular, que me inspira a contarles este cuento.
Mi familia no es bogotana, mis papás llegaron acá antecito de que yo llegara al mundo, entonces yo no crecí escuchando historias de esta ciudad. Fue a partir de la universidad, cuando salí de mi burbuja del norte y comencé a ir al centro todos los días, que la ciudad dejó de ser algo ajeno e inerte, y pasó a ser una parte fundamental de mi crecimiento y de mi vida.
Desde entonces soy más consciente de los lugares que hacen parte de mi historia y me he apropiado de mi ciudad y de sus procesos. A mí me tocó la llegada de Transmilenio, la construcción de los andenes anchos, la llegada de las Ciclorutas y los Bicicarriles, pero también el fortalecimiento del Festival Iberoamericano de Teatro y recientemente la proliferación los conciertos, fiestas y festivales internacionales, que los que me conocen, saben que me gozo apasionadamente.
Sin embargo, soy consciente de que para algunos, Bogotá no es tan acogedora y coqueta como lo es para mí, entiendo que el ambiente que a ratos se apodera de la ciudad es más bien hostil, agresivo y hasta neurótico, lo entiendo. Por eso quiero usar este espacio para hacer un llamado a mis conciudadanos, hoy quiero pedirles que nos cuestionemos y que revisemos ¿qué estamos haciendo para convivir mejor? y ¿Qué estamos haciendo para agradecerle a Bogotá, todas las oportunidades que nos brinda?
Cada quien hará sus propias reflexiones, yo simplemente lo/la invito a que haga la tarea, no se conforme con vivir en una ciudad que no le gusta, no se acostumbre a quejarse a diario, y más bien contribuya a que la ciudad sea más amable. Cruce por las esquinas, no se cole en la fila, deje salir primero, sea que vaya caminando, en bicicleta, o en carro, acuérdese que usted no es el/la dueño/a de la vía, tenga paciencia, no le grite a los demás en la calle, no bote basura, no se de en la jeta, no morbosee o toque sin consentimiento a las mujeres, respire, sonría.
Rompamos el estereotipo. No reafirmemos la reputación que alrededor del país tenemos los bogotanos de ser gente mala leche. Bogotá es grandiosa y aquí cabemos todos, pero tenemos que esforzarnos, la ciudad somos nosotros, las decisiones diarias hacen la diferencia, y como nos expresamos tiene un impacto en la realidad, permitámonos tener una realidad distinta.
Como dice @Pazmipez, “Pilas: el pesimismo es altamente contagioso, huya lejos o quédese para iluminar pero no se deje contagiar”.
Te amo Bogotá.