Hace ya unos años leí en el libro ‘La culpa es de la vaca’ (recopilación de fábulas y parábolas que realizó Jaime Lopera Gutiérrez) y se me viene a la mente la siguiente: “Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron en un pozo profundo.
Las demás se reunieron alrededor del agujero y, cuando vieron lo hondo que era, le dijeron a las caídas que, para efectos prácticos, debían darse por muertas. Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras les decían que esos esfuerzos serían inútiles. Finalmente, una de las ranas atendió a lo que las demás decían, se dio por vencida y murió. La otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La multitud le gritaba que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza, hasta que finalmente salió del hoyo. Las otras le preguntaron: “¿No escuchabas lo que te decíamos?” La ranita les explicó que era sorda, y creía que las demás la estaban animando desde el borde a esforzarse más y más para salir del hueco”.
Lo anterior viene porque estuve reflexionando sobre el presidente Juan Manuel Santos. El señor presidente, a pesar de las críticas de diferentes sectores y apoyo de otros, siguió adelante con su proyecto de buscar la paz para nuestra nación, tarea que no es fácil cuando el país está dividido con respecto a la percepción de los acuerdos del Gobierno con la guerrilla de las Farc, esto se vio reflejado en los resultados del plebiscito convocado el pasado dos de octubre donde ganó el No con 50,21 por ciento de los votos y se quedó el Sí con 49,78 por ciento, según datos de la Registraduría Nacional.
Sin embargo, Santos no desfalleció en el intento e hizo uso de las facultades que le da la Constitución de 1991 que reza en el artículo 22: “La paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”, para lo cual pasó los acuerdos para que fuese el Congreso el que los refrendara para lograr la paz. Ahora bien, el Presidente de la República bien pudo dar ese paso sin convocar al plebiscito, sin embargo quiso consultar la opinión de los colombianos. El hacer uso de las facultades constitucionales a merced del costo político lleva la comparación con la ranita, pues aunque quienes no estaban de acuerdo con lo pactado en La Habana fueron (escasa) mayoría, era necesario para el país buscar una salida pacífica al conflicto armado. El termómetro no para ahí, el siete de febrero fue instalada la mesa de negociación con el otro grupo guerrillero el Ejército de Liberación Nacional (ELN) que de darse en este Gobierno, el sucesor de Juan Manuel Santos recibirá un país en postconflicto a pesar de la negativa de muchos y con la esperanza de otros de llegar a tener una Colombia en paz. Los oídos sordos a las críticas por querer acabar con una problemática guerrerista de más de 60 años pueden terminar en abrazos de todos los hermanos colombianos. No hacer caso a toda la oposición sobre lo que se debía hacer y lo que no, cuando está en juego la libertad de 45 millones de colombianos, la libertad de niños y niñas víctimas del conflicto y de aquellos quienes crecieron en la selva creyendo que por la vía de las armas estaría cerca la conquista, gracias a los oídos sordos de un presidente criticado y con una popularidad por el suelo, Colombia comienza a respirar vientos de paz, a soñar con un mejor futuro, no solamente para los guerrilleros como se escucha decir a muchos, No, el sueño es de todos, porque luego del postconflicto habrá más inversión social, cabe la esperanza de que los campesinos vuelvan al campo y recuperen sus tierras, que crezca nuevamente la ganadería que seamos exportadores no solamente de petróleo y demás productos mineros, sino que podamos exportar productos de primera necesidad. El presidente Santos aseguró en el Congreso Nacional de Exportadores que “salir de la lista de los países en conflicto nos abre oportunidades comerciales” y hay que tener fe que así será, ya probamos con guerra más de seis décadas ¿por qué no darnos la oportunidad de probar con la paz?
Ya se abrieron los espacios, gusten o no gusten y los colombianos debemos trabajar unidos para que lo pactado llegue a feliz término y si no quieren que la guerrilla llegue al poder, pues evítenlo en las urnas, eviten el abstencionismo, ejerzan el derecho constitucional de elegir y si tienen la maquinaria política, también ejerzan el derecho a ser elegidos, pero la paz para Colombia es un hecho. Y más que por el Nobel de Paz, el Presidente será recordado por dejar un país con una esperanza blanca en el horizonte.
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* William Suárez Patiño es Comunicador Social - Periodista. Locutor Profesional. Candidato al Máster en Gobierno y Gestión Pública, Instituto Atlántico de Gobierno.