La Revista Semana tituló el fin de año, en su última edición, refiriéndose al alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa Londoño: ‘el incomprendido’. Y hace una gran diferencia entre lo que sueña el Alcalde y las realidades con las que se encuentra el burgomaestre. Tanto en presupuesto, como en las realidades con las que tiene que gobernar.
Un Alcalde que se debate a diario entre la Bogotá que le prometió en campaña a los electores y la que le toca gobernar. La que planea a largo plazo y la que pide a gritos soluciones efectivas. La de videos que ilusionó con un río y alamedas, ciclo-rutas, pasajes, arborizadoras… y la del tráfico permanentemente atascado permanente, la de vendedores informales, la de la inseguridad creciente e incontenible y la de obras inconclusas. El alcalde se defiende así: “Más allá de resolver los problemas urgentes, tenemos proyectos ambiciosos para nuestra Bogotá”. A mi parecer, esa visión –aún de candidato– lo tiene alejado de un porcentaje de ciudadanos que no son los de la revocatoria, sino que son –incluso– muchos de quienes votaron por él. Por insistir en el “vamos a lograr”, mientras el grueso de la población quiere ejecutorias y exige planes de choque, en síntesis, RESULTADOS.
Son tres los frentes para los que el alcalde Peñalosa fue elegido: impulsar la infraestructura, frenar la inseguridad y mejorar la movilidad, y como planes complementarios: reforzar el trabajo en entes del Distrito absorbidos por la burocracia, cambiar la imagen de una ciudad en retroceso y revitalizar la Administración al servicio de la gente. Por eso eligieron al alcalde Peñalosa. Porque se creyó que sus capacidades de gran gerente, le permitirían rápidamente resolver los problemas más frecuentes en el transporte público, para que la gente volviera a sentirse segura en las calles como un servicio público eficiente… para que no fuera más víctima del hurto de sus bicicletas, ni de sus pertenencias y para que los informales pudieran, a través de políticas públicas, acceder a empleos formales con garantías en salud y riesgos. Se le eligió para que mejorara los niveles de contaminación, los trancones, el caos de las motos, las filas en los sistemas de salud y en los hospitales públicos de la ciudad, para que aplicara con rigor el Código Nacional de Policía como herramienta útil para encuadrar una sociedad dispersa, para limpiar la ciudad de contaminación visual y grafitis, para combatir a los expendedores de droga, para mejorar la malla vial.
Estos son los problemas que día a día debe enfrentar un ciudadano, los que lo angustian y lo frenan frente a una sociedad paralela que siente que su sentido de pertenencia se desvanece.
Se le eligió para resolver el problema de la migración y ahora enfrentar también la llegada de extranjeros ilegales que acrecen los problemas de la ciudad: más desempleo, inseguridad, contaminación y mendicidad, entre otros factores identificados en los registros. Todo esto ha afectado el sentido de ciudadano, se ha desdibujado el orgullo de sentirse bogotano. La ciudad se ha convertido no en un buen vividero como lo fuera –llena de oportunidades– sino que se ha transformado en un sobre vividero, cada día con una lucha diferente y acumulada.
Estos problemas crecientes requieren soluciones, no sueños; requieres frentes de acción, no promesas, ni estudios muy avanzados de tecnócratas que con arrogancia y desparpajo son inermes ante el clamor de la ciudadanía que clama por soluciones, y soluciones de fondo, ya. Una ciudad que ha esperado demasiado y que se reinventó a través de las urnas para acceder a esa ciudad incluyente y progresista.
Infortunadamente se ha apoyado en el espejo retrovisor para achacar al pasado todos los problemas de la urbe, y resulta ser que lo que menos quiere la ciudad es caminar con el retrovisor, porque precisamente se le eligió para AVANZAR. Un avance que cada día es más lejano en la comprensión del ciudadano que no sabe de estadísticas ni de estudios elaborados. Sabe que necesita soluciones a sus problemas diarios.
Uno de los temas que esta Administración está dejando pasar es la de la cultura ciudadana, volver a un sistema de transporte masivo seguro y sin colados, sin ventas ni mendicidad a su interior, porque para eso el ciudadano está pagando el transporte público más costoso del continente. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la reforma tributaria ha dejado al ciudadano con menos posibilidades de mejorar su sistema de ingreso y mejoramiento en la calidad de vida.
Otro de los problemas es que la ciudadanía no está conectada con el programa de Gobierno, lo siente distante, lo que le impide ser parte activa de la dinámica social.
Estos problemas, sin duda alguna, se resuelven con cultura ciudadana y con obras. Unas que tienen que ser inmediatas, otras en el mediano plazo, y otras más a largo plazo.
Pero se le exige hoy al gobernante que se baje de su torre de marfil, así parezca cercano al ciudadano por llegar pedaleando en bicicleta. La gente necesita sentirlo cerca, partícipe de sus angustias.
El Alcalde necesita reconciliarse con la ciudad, teniendo como prioridad acercarse a la gente. Y, ¿cómo lo hace? Con obras. Esta Administración debe reconquistar la ciudad. Y se le reconoce que lo está haciendo con acciones grandes y pequeñas, pero deben ser de alto impacto. Demostró capacidad de ejecutoria –sin importar el impacto mediático– al penetrar el temido Bronx (aun cuando improvisó la atención a la población de personas en habitabilidad de calle–, y no ha sido generoso al inaugurar obras ya que estas estaban en ejecutoria y desarrollo desde la Administración pasada. Debió aprovechar esa oportunidad para reconciliar a la ciudad, reconociendo que las obras fueron iniciadas durante la Administración anterior. Eso no le hubiera quitado nada, y sí le hubiese dado grandeza. Por la mezquindad, la dejó pasar es oportunidad, no solo él, sino su equipo de trabajo que infortunadamente gobierna desde el Twitter y el Instagram. Nada más nocivo para alejar a la gente que se siente atropellada con cada salida en falso a través de las redes sociales, porque estos medios han sido desaprovechados para acercar a la gente, y, por el contrario, han sembrado discordia y segregación entre los ciudadanos.
Reconozco que no es nada fácil gobernar una ciudad que excesivas complejidades, una ciudad cuya gente ha dejado de confiar y de amar. Necesitamos recuperar esa identidad de ciudad, definiendo las prioridades y haciendo de Bogotá una verdadera ciudad capital. Como están las cosas, es preciso considerar darle curso inmediato a lo que es verdaderamente importante. Y lo importante es construir una ciudad, no para las encuestas sino para la gente. Esa gente que madruga, que sale al parque, que usa la bicicleta, que paga impuestos, la que asiste a centros culturales, la que quiere planear bien una ciudad… Función que le ha sido delegada al alcalde confiando en sus capacidades, en sus estudios y su bagaje urbanístico. Pero, basta de repetir errores, no todo debe realizarse para los medios y las redes sociales. Bogotá es una ciudad que quiere ser de puertas abiertas al progreso, y que no se sienta engañada como en los últimos sesenta años respecto al metro. Es una tarea nada fácil la de volver a conquistar la ciudad.
Si el alcalde Peñalosa y su Secretario de Gobierno mantienes sus ‘salidas en falso’, sus comentarios regresivos y continúan propalando frases infortunadas, el resultado les costará lo más valioso que debe tener un gobernante: CREDIBILIDAD y CONFIANZA.
Esas expresiones se convierten en fenómenos mediáticos que se amparan en la sátira, la burla y el anonimato para desviar la atención de lo importante y hacer relucir lo baladí. Gobernar a través de ‘memes’ le hace mucho daño a la ciudad. Necesitamos ejecutorias, a partir del respeto por las diferencias y la inclusión de la ciudadana. Obras físicas como el deprimido de calle 94, como el cable de Ciudad Bolívar –que debe replicarse en varias localidades, como en la Rafael Uribe Uribe, en San Cristóbal y en Chapinero–, se necesita curar inmediatamente la enfermedad que aqueja al sistema integrado de Transporte Público (SITP) –seguridad, ingeniería y eficiencia en el servicio–; se necesita mejorar la movilidad, mejorar la seguridad, emprender las obras del metro…
Estas obras harán que el ánimo de la ciudadanía cambie para apoyar a una Administración que hasta ahora ha sido distante. Esto exige paciencia, vigor y realizaciones. Para apostarle a ello se requiere la inmediata reestructuración del gabinete, que en un año largo demostró insuficiencia e incapacidad para tal tamaño de compromisos.
Señor Alcalde: la ciudad va más allá del entorno de la calle 85 y de los rededores de la Universidad de los Andes. Bogotá es ciudadanía, es civilidad, es construcción permanente. Bogotá no es estática, es dinámica. Solicitamos su compromiso, el mismo que lo llevó a triunfar en las urnas. Necesitamos ciudad, y esa ciudad la hacemos todos.
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* Gustavo Alejandro Bohórquez García es abogado litigante, con experiencia en asuntos civiles y de familia. Experto en temas de inclusión social y solución de conflictos sociales. Presidente de la Asociación País Digno.