Los que se encuentran desposeídos de poder, -y quienes quieren abanderar la campaña contra la corrupción (todos los políticos ahora están en contra de la corrupción) - salieron el pasado viernes, al conocerse la noticia de la visita que el Papa Francisco realizará desde del seis de septiembre a Colombia, a suplicar que la visita del Pontífice no se utilizara para hacer política.
Al contrario de lo sucedido en 1986, cuando el Papa Juan Pablo II visitó a Colombia por siete días, ya habían pasado las elecciones presidenciales en Colombia, y el país estaba esperanzado en el inicio de un gobierno elegido por abrumadora mayoría; (el 68 por ciento eligió a Virgilio Barco Vargas). Hoy sucede todo lo contrario. Estamos en un año preelectoral, un Presidente con alto nivel de desaprobación, y más que de desaprobación es de resistencia a un Presidente que ha hecho todo lo contrario para lo que el pueblo que votó por él, lo eligió.
Es cierto que en 1986, la visita del Papa Juan Pablo II le permitió al presidente Belisario Betancur Cuartas disfrutar de siete días en los que no se disparó ni un solo tiro de fusil y aún no reinaban ni las bombas ni los secuestros masivos, lo que se tradujo en un hecho político. El Presidente sonreía, saludaba de mano a sus compatriotas y esperaba ansioso el siete de agosto para entregar el cargo de Presidente. Hoy, la visita del Papa Francisco tiene connotaciones políticas, pues anunció que vendría a Colombia cuando hubiesen firmado la Paz. Su presencia refrenda ese esfuerzo colectivo, y significa mucho que después de 31 años un Papa vuelva a participar de misas a campo abierto, que fascina al sumo Pontífice, que esta semana cumple cuatro años en el Solio de San Pedro (para los católicos).
Y claro que es un hecho político, porque desde el tratado de Letrán (cuando Benito Mussolini reconoció al Estado Vaticano como un Estado Soberano) el Papa –por sustracción de materia– se convierte en el representante de un Estado, la cabeza visible de un Poder Político-Religioso. Tres de los ocho últimos pontífices han visitado a Colombia. Se trata de un valor enorme que refrenda el valor que para el Cristianismo Católico representa Colombia. Un país por tradición de amplias mayorías católicas, que a pesar de las muchas dificultades sociales y económicas, y las profundas divisiones en los sectores sociales, acepta el poder religioso de Roma, como una autoridad tanto religiosa como política.
Que el Papa Francisco haya pedido visitar un barrio popular en Cartagena –donde muy seguramente refrendará su tesis en contra del capitalismo y donde criticará la suntuosidad que se muestra en las postales (diferente a la realidad de la mayoría de habitantes de los alrededores de Cartagena, como el barrio El Pozón y quienes habitan en las faldas del Cerro de la Popa) son posiciones eminentemente políticas.
Que el Papa Francisco haya pedido visitar Villavicencio, que representa la puerta donde descansan todos los desplazados del inmenso llano, tiene un profundo mensaje político. Que quiera visitar Medellín, como una de las ciudades que aglomera a la mayoría de los militantes de la Fe Católica en Colombia –pero que hoy por hoy es la ciudad con alarmantes índices de contaminación, otra de las campañas del Pontífice sonriente y dicharachero– tampoco deja de ser un mensaje político. Y también se convierte en Político que el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, en menos de tres horas haya nombrado un gerente para la vista del Papa, mientras que no ha podido organizar el desastre del transporte público en Bogotá y que cada día se aglomeren vendedores informales en los andenes, sin que haya una sola política por parte de la Administración para solucionar este fenómeno. Ya que no hubo un sólo twitter de la tarde del viernes que no se refiriera al anuncio del burgomaestre. Entonces, en resumidas cuentas, la visita del Papa si es un hecho Político, al margen de que se trate de una visita Pastoral, para quienes lo reconocen como Pastor. Y sigue siendo un hecho político, porque la visita del Papa también hará milagros: por tres días no se verán habitantes de calle en los sitios por donde pasará el Papa, porque pintarán todas las paredes y puentes que hoy están repletos de desagradables grafitis y afiches propagandísticos que no pagan impuesto de timbre ni de vocería.
Eso será un milagro pero también un hecho político, porque en menos de cuatro meses se hará tal cantidad de obras que los habitantes de las ciudades donde estará de visita el Papa, al final de la visita, estarán exigiendo no la reelección de sus alcaldes, sino pidiendo que el milagro se repita, ¡Que vuelva pronto el Papa Francisco¡ para que podamos disfrutar como la pobre viejecita de la dicha de este santo y morir, seguramente, del mismo mal que nos ha aquejado siempre: la desidia; el conformismo y el abandono por parte de quienes ostentan el poder.