“No hay mejor manera de medir el grado de libertad de un país que consultando su prensa”. Mario Vargas Llosa
¡Terrible! El periodismo está en crisis: la verdad y la ética están muriendo. Esta afirmación es un claro ejemplo de los titulares amarillistas que invaden día con día los diversos medios de comunicación, que bombardean a los lectores con noticias sensacionalistas, carentes de contenido y sobre abundantes de morbosidad.
La manera de informar denota una clara falta de ética. Algunos periodistas han olvidado los cinco principios básicos de su profesión: 1. Verdad y precisión, 2. Independencia, 3. Equidad e imparcialidad, 4. Humanidad, y, 5. Responsabilidad.
El primero de estos principios se ve traicionado al dar a conocer verdades a medias, al no allegarse de los datos correctos que le puedan brindar certeza en la información transmitida, al asegurar aquello que no está debidamente comprobado. La independencia se defrauda al no separar las convicciones personales de las profesionales, al tratar de agradar a una empresa, una ideología ya sea política, religiosa o cultural. En estos casos, cuando la libertad de expresión se ve limitada, siempre debe prevalecer la ética, aún a costa de sacrificios. Pues el periodista se debe a sus lectores, su compromiso es con ellos y éstos tienen derecho a ser informados con la verdad aunque para algunos resulte incómodo.
Otros valores elementales en el ejercicio del periodismo son la equidad y la imparcialidad, para acercarse lo más posible a la verdad es necesario mantener una visión abierta a los hechos, contextualizar la historia, ser neutros en su postura, pues en cada acontecimiento siempre existirán dos o más versiones.
Así mismo, la necesidad de conservar la humanidad se convierte en una exigencia. Es inconcebible que un profesional se despegue de la sensibilidad, que deje ser empático y no tenga conciencia del daño que sus palabras y/o acciones puedan ocasionar a los demás.
Siguiendo el orden de los principios expuestos, la responsabilidad implica tener la capacidad de asumir las consecuencias de sus acciones y decisiones, valor para aceptar errores y humildad para disculparse cuando sea necesario.
Ahora bien, analizando la otra cara de la moneda considero conveniente señalar el papel que en esta problemática desempeña la sociedad, pues resulta obvio que si no existieran consumidores ningún producto se vendería, así pues, los lectores de notas sensacionalistas contribuyen a la publicación de este tipo de material. Por ello, la competencia de los medios de comunicación pareciera que ahora se basa en conseguir las imágenes más explicitas de eventos desafortunados o que sobrepasan los límites de la privacidad. Si el morbo vende, la crisis de valores no sólo es periodística, sino general. Aunado a lo anterior, existe otro factor que agrava la situación: se trata de las limitaciones que sufre la libertad de expresión en América Latina, ya sea por motivos políticos, gubernamentales o temor a represalias por parte de grupos de poder, o de la delincuencia organizada.
Según datos de la Federación Latinoamericana de Periodistas (organización no gubernamental asociada a la Unesco) en el período comprendido entre 2006 y 2016, dieron muerte con violencia a 304 periodistas y comunicadores de América Latina y el Caribe. 39 de ellos fueron asesinados durante el año 2016. Los países que encabezan estas estadísticas son: México, Guatemala, Brasil y Honduras.
Resulta lamentable, pero los hechos no mienten. Apenas el pasado jueves 23, en la ciudad de Chihuahua, México, la periodista Miroslava Breach, corresponsal del diario La Jornada en Chihuahua y colaboradora en el medio Norte Digital Ciudad Juárez, fue asesinada. La principal línea de investigación que siguen las autoridades obedece a su actividad periodística.
Otro caso emblemático en México, aunque con consecuencias menos graves, lo representa la periodista Carmen Arístegui, quien es una de las pocas profesionales que a pesar del acoso, persecución judicial, amenazas, despidos laborales y robos que ha tenido que enfrentar, continúa desempeñándose de manera ejemplar. Informando objetivamente, con imparcialidad, profesionalismo, ética y absoluta independencia.
En el caso de Colombia podemos mencionar a Daniel Samper Pizano, Alberto Aguirre, Daniel Coronell, Olga Behar, como ejemplos de censura y exilio por ejercer la profesión descrita por Gabriel García Márquez como “el mejor oficio del mundo”. Para este gran ícono del periodismo y la literatura latinoamericana, “(…) el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente”.
En lo personal, comparto esta idea en su totalidad, pues a pesar de que, con todos los casos y argumentos mencionados, podría considerarse imposible ejercer un periodismo ético. Todas las profesiones implican ciertos riesgos e incluso la amenaza constante de perder la vida. Además, cuando se ama el oficio que se ha elegido y se tiene vocación en su desempeño es preferible morir con la satisfacción del deber cumplido, que vivir oprimido, esclavizado en el silencio, callado ante la injusticia y con la culpa moral de no merecer, ni el perdón de la propia conciencia.