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Carta abierta a colegas periodistas

Desde 1979, año en el que comencé a ejercer como periodista profesional, entré en contacto con las inequidades (casi inherentes) respecto de quienes cumplen la tarea de informar.

Desde entonces, comparaba los salarios e ingresos de abogados (mi otra profesión) y los asignados a los periodistas. Entre ambos existen diferencias sustanciales, sin que ello quiera decir que todo abogado tenga asegurado su sustento digno.

En este trasegar he pasado por las redacciones de El Tiempo, El Heraldo, La Libertad, Diario del Caribe, El Espacio (asesoría) y Ciudad Paz. Poco, muy poco, tienen en común los medios mencionados. Poco, por no decir que nada, les une. Cuando comencé (en la sección sociales), sin tener ni una hora de experiencia en medio alguno, firmé contrato laboral a término indefinido con La Libertad, con una asignación básica mensual de dos veces el salario mínimo de entonces. Pensaba que no era mucho, porque mis compañeros de la Universidad Libre, que practicaban en oficinas de abogados –laboralistas y penalistas, en su mayoría–, devengaban más que yo. Sin embargo, yo pensaba que el dinero no era todo. Y aún pienso que no lo es, aun cuando cotidianamente lo necesitemos. En ese diario devengábamos menos que los periodistas de los otros medios impresos de la ciudad, y mucho más que los colegas que laboraban como reporteros en las emisoras locales.

En aquella época comencé a sentir que parte del problema –si puede calificarse así– que afectaba al gremio, no era precisamente el ingreso, sino la falta de unión y solidaridad entre quienes lo integrábamos.

Es decir, falta de ingresos dignos aunados a desunión gremial.

Hace pocos meses, a finales de 2016, en desarrollo de un evento académico realizado en Barranquilla, un sociólogo y profesor universitario cuestionó a los periodistas ‘enmermelados’ de esa ciudad. Es decir, a los periodistas –por lo general de radio, varios de ellos independientes– que subsisten (en buena parte) gracias a la pauta oficial. No, le dije, el problema no es que reciban pauta. El problema tiene otro fondo. Lo que urge es apoyar la dignificación de los periodistas, para lo cual debemos comenzar por conocer cuál es la real situación que afrontan a diario. No es lo mismo pagar una pauta al ‘carga-ladrillo’ de Barranquilla que recibir ‘el contrato’ o pauta oficial en Bogotá DC.

Así es en Barranquilla (y en muchas otras ciudades colombianas): Programas de emisoras o radio-noticieros en los que pagan un bajo salario al periodista que tiene la misión de cubrir sus fuentes y vender pauta, porque de otro modo recibiría un bajísimo ingreso por su trabajo. Supe de casos en los que a los que son veteranos les asignan dos o tres cupos completos, mientras que los novatos apenas tienen ‘derecho’ a un cupo. Pero también existen casos en los que les ‘dan’ cupos libres, pero sólo les reconocen el 50 por ciento por la labor de vender y reportear hechos.

También existen programas y noticieros de emisoras que sólo ‘pagan’ con cupos. Es decir, si trabaja pero no vende ni una pauta, no recibirá ningún ingreso a fin de mes. Los otros, son los periodistas independientes, que deben comprar espacios en las emisoras, lograr el contenido periodístico y, por supuesto, vender la pauta. Y, confiando en Dios, esperar que los ordenadores del gasto cumplan los pagos y que sean a tiempo. Similar situación ocurre en algunos espacios de la televisión regional y de canales digitales.

Además, en la prensa existe, aun cuando no lo revelen, mucho de esto. Medios impresos: hoy ingresas periodistas jóvenes apenas devengando un poco más del salario mínimo (y no me refiero a los practicantes).

En algunos medios impresos dan ‘vía libre’ a los periodistas para que ‘vendan’ pauta a cambio de comisiones, canjes o favores. Teniendo en cuenta la situación histórica generalizada (y, ahora, la crisis), no me opongo a que los colegas ‘vendan’ (porque es la fórmula que tienen para subsistir), pero es claro que esa práctica atenta contra la ética y el deber ser del periodista que debe caracterizarse por su independencia. No nos digamos mentiras. No es porque los medios estén sumidos en crisis económica que hoy les pagan mal (o no les pagan) a sus periodistas, a quienes –además– les han quitado o les están quitando las ‘bonificaciones de mera liberalidad’. Esa no es la única y real verdad. Los periodistas de Barranquilla (de la Costa y de muchos otros lugares de la geografía nacional –me consta–) han aceptado por años reglas de juego que hoy afectan su supervivencia y dignificación. Lo se, a veces por necesidad. Sin embargo, los abusos contra los periodistas y comunicadores sociales no se registran sólo en los medios. Por ejemplo, se ha vuelto costumbre que los comunicadores deban regalar meses de trabajo en oficinas de comunicaciones o prensa de entes públicos mientras esperan firmar contratos de prestación de servicio –si acaso por nueve o diez meses–.

Pero, ¿cómo combatir esto? ¿Acaso los periodistas están de acuerdo con esa situación? Estoy segura que no. Un profesional debería esperar el pago justo por el trabajo que realiza, y los medios (y quien contrate) deberían esperar profesionalismo de quienes ejercen el periodismo.

Es un círculo vicioso. Si ejercen el derecho a no vender, simplemente ganarán menos, o no le contratarán “porque hay 100 haciendo fila en espera de una oportunidad”. Igual excusa argumentan para no aumentar salarios o reconocer lo que, se espera, sea justo.

En resumidas cuentas, tanto hace 38 años como hoy, muchos de los periodistas que han logrado un mejor nivel socio-económico son aquellos que han sabido mercadear el producto para el cual prestan servicio. Igualmente han mejorado sus ingresos quienes han podido mantenerse en las salas de redacción de medios estables.

Sin embargo, la misión del periodista no es transformarse en un emprendedor que beneficie los ingresos del empleador o contratante. Mercadear es otra e importante tarea, pero no es ni debe ser la del periodista. Por supuesto, éste tiene la opción de ser emprendedor y crear su propio medio. Pero, como en el cuento de Petete, esa es otra historia.

¿Qué tareas debemos afrontar para lograr la plena dignificación y reconocimiento del gremio?

Propongo: identificar y fortalecer valores éticos (por ejemplo, solidaridad, honestidad, veracidad), capacitarse constantemente en áreas de interés (–judicial, administrativo, económico, etc.–. Son lamentables los errores y horrores que debemos leer o escuchar a diario), identificar qué nos puede unir como gremio (más allá de las diferencias conceptuales, religiosas o políticas), ser rigurosos a la hora de contar una historia (verificar y contextualizar), no ofender ni insultar a quien no está de acuerdo con nuestras ideas (ser asertivos es una necesaria virtud), argumentar y opinar basados en hechos probados (no dejarse seducir por memes, falacias, mentiras disfrazadas o posverdades), y lograr una unión que permita fortalecer un gremio que se transforme en veedor, vocero y defensor de los derechos de la colectividad.

En fin, colegas: ustedes tienen la palabra.

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