“Las elecciones transcurrieron sin incidentes. Desde las ocho de la mañana del domingo se instaló en la plaza la urna de madera custodiada por los seis soldados. Se votó con entera libertad, como pudo comprobarlo el propio Aureliano, que estuvo casi todo el día con su suegro vigilando que nadie votara más de una vez. A las cuatro de la tarde, un repique de redoblante en la plaza anunció el término de la jornada, y don Apolinar Moscote selló la urna con una etiqueta cruzada con su firma. Esa noche, mientras jugaba dominó con Aureliano, le ordenó al sargento romper la etiqueta para contar los votos. Había casi tantas papeletas rojas como azules. Pero el sargento sólo dejó diez rojas y completó la diferencia con azules. Luego volvieron a sellar la urna con una etiqueta nueva y al día siguiente a primera hora se la llevaron para la capital de la provincia”. -Gabriel García Márquez-.
La cita textual de una jornada electoral en el pueblo de Macondo, descrita por Gabriel García Márquez en su obra ‘Cien años de soledad’, refleja la realidad política que actualmente se vive en México, pues a pesar de que el proceso se ha institucionalizado, los actores, partidos, formas y prácticas son muy similares.
La búsqueda de poder es el principal motivo por el que una nación puede llegar a dividirse, a enfrentar a su población en una competencia fraudulenta maquillada por la democracia, y en donde habitan dos o más personas, ni el territorio más recóndito puede salvarse de ello.
No se salvó Macondo, ni tampoco lo ha hecho México, así lo demuestra su historia sociopolítica, desde las primeras elecciones fallidas, en el año de 1812, cuando el pueblo mexicano salió por primera vez a elegir a sus representantes, hasta el más reciente proceso electoral, y al parecer tampoco lo hará en las próximas jornadas federales programadas para el 2018.
Los procesos electorales ordinarios y extraordinarios que se llevaron a cabo en seis entidades federativas de México el pasado cuatro de junio, estuvieron supervisados por el Instituto Nacional Electoral (INE), quien se asemeja a don Apolinar Moscote en las elecciones de Macondo, y por su yerno Aureliano: la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE).
A diferencia de lo ocurrido en Macondo, aquí sí se registraron más de 600 incidentes y 1,041 denuncias de posibles delitos electorales entre los que resaltan la compra de votos, el acarreo de personas, la intimidación y el presunto apoyo del actual gobierno federal, pero no hubo afectaciones en los resultados de las elecciones, en donde el Partido Revolucionario Institucional se coronó con el triunfo de dos de las tres candidaturas a gobernadores, entre ellas la del Estado de México, una de las entidades más pobladas del país y con mayor influencia política para alcanzar la silla presidencial en los comicios federales.
En diversos medios de comunicación y redes sociales se dice que en el conteo de boletas se aplicó la misma técnica que en el fantástico pueblo del Nobel de Literatura, pero ya sabemos que lo que pasa en una partida de dominó se queda entre los jugadores. Lo que sí es una verdad irrefutable es el creciente desprestigio de las instituciones electorales y la pérdida de confianza de la ciudadanía en la democracia.
En estos tiempos, no iremos a una guerra entre liberales y conservadores como ocurrió en ‘Cien años de soledad’, aunque con todas las arbitrariedades que están presentes en cada jornada electoral y de acuerdo con Gerardo Fernández Noroña –posible candidato independiente a la Presidencia de la República para las elecciones de 2018, que promueve la desobediencia civil– sí deberíamos unirnos como país y realizar una revolución, aunque pacífica e ideológica.
El homólogo de don Apolinar Moscote (INE) conoce la situación política electoral que enfrenta México, reconoce que la corrupción, impunidad, desigualdad, discriminación, apatía y desconfianza han permeado en cada célula de la sociedad, prometiendo graves consecuencias para el próximo año, de no atenderse a la brevedad. Tan desesperado es su intento por recuperar la confianza institucional, que ha inventado un programa denominado Estrategia Nacional de Cultura Cívica (Encívica), cuyo objetivo principal es promover la cultura cívica y la participación ciudadana.
Esta política pública hace énfasis y resalta tres ejes rectores para su implementación efectiva: verdad, dialogo y exigencia. Sin duda, son tres aspectos muy importantes, pero se requerirá de un mayor esfuerzo para superar las debilidades de la cultura democrática, comenzando por la falta de confianza en las leyes, que según la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas realizada en el año 2012, sólo el 19 por ciento de la población mexicana confiaba en las leyes, mientras que el 67.56 por ciento tenía poca confianza y el 12.8 por ciento no confiaba en absoluto. Aunado a ello, la confianza en los partidos políticos sólo es del 17 por ciento y 16 por ciento en los diputados.
Por si lo anterior fuese poco, el porcentaje de abstencionismo se ha ido incrementando de manera considerable, superando en algunas elecciones más de la mitad del listado nominal, como las de 2015 en las que se eligió a Diputados Federales y hubo una abstención del 52.28 por ciento, según el Sistema de Consulta de la Estadística de Elecciones Federales del Instituto Nacional Electoral.
Sin duda, es un esfuerzo que debe reconocerse, pero la solución al problema no está en la creación de nuevas leyes e instituciones, sino en la correcta aplicación y administración de las que ya existen. Las elecciones presidenciales de 2018 están a la vuelta de la esquina, las autoridades electorales deben sacudirse las malas prácticas de don Apolinar Moscote, dejar de actuar como si no pasara nada ante las denuncias ciudadanas que se realizan y aplicar sanciones severas a quienes, por ambición, incumplen la normatividad. Pues si antes del “repique de redoblante en la plaza” no comprenden que la cultura cívica comienza por casa y que la mejor manera de transmitirla es con el ejemplo, México al igual que Macondo se transformará en “un pavoroso remolino de polvo y escombros (…)”.