top of page

Caminando hacia la Paz


Cuando se habla de construir la paz se debería entender que no se trata de un ejercicio exclusivo entre la Farc y el gobierno actual.

Lo que en realidad se busca es que los colombianos podamos ser capaces de emprender grandes desafíos y dejar atrás el conflicto, para disponernos al diálogo tolerante e inteligente. Esto implica que seamos conscientes de que se tiene el compromiso de erradicar esas actitudes agresivas, que frecuentemente son consideradas como inofensivas, pero que en realidad, denotan un gran egoísmo; al considerar que el prójimo no es digno de respeto, anteponiendo nuestros caprichos a las normas para convivir armónicamente.

Los colombianos no nos damos cuenta que, diariamente, se pueden llevar a cabo cambios elementales que permitan mejorar nuestro entorno, haciendo que la vida en común prime el respeto. Este ejercicio hará posible que se destierre la violencia. En este país existe una ‘incultura’ que se manifiesta en realizar acciones, muy adrede, que incomodan al prójimo, con el único objetivo de satisfacer egos. Creemos que basta con decir: “es que estoy de afán” para que nuestra mala educación sea olvidada inmediatamente. Muy frecuentemente nos colemos en las filas; a diario tropezamos con señoras que en los supermercados dejen el carro frente a la caja, mientras realizan las compras y los demás esperan y se desesperan.

Vemos que una persona entra a un almacén, ni siquiera saluda y se dirige a la dependiente para decirle: “señorita, ¿hay hilo color verde manzana, pero no tan subido, ni tan clarito? La empleada no sabe qué hacer y la clienta anterior pone cara de resignación, segura de llevarse una andanada de insultos si se atreviera a reclamar. La mal educada, por supuesto, sigue interrumpiendo y no se percata de que, debido a sus pésimos modales, se ha ido dilatando el tiempo para ella misma ser atendida adecuadamente. Cree, torpemente, que se salió con la suya. Pero a pesar de lo incómodo que resulta, son muchos los que persisten en proceder de esa manera.

Estas formas agresivas de interactuar con nuestros semejantes no pasarían de ser un momento incómodo si fueran ocasiones aisladas, pero lo grave es que al ser realizados habitualmente, causando malestar y predisponiendo al mal genio. Así las cosas, el vecino se convierte en un enemigo y no en un semejante, el que camina a nuestro lado en un potencial agresor y la autoridad es un individuo frente al cual se debe estar en permanente alerta, no vaya a ser que abuse del poder que tiene.

Una de las actitudes colombianas, que se maneja en el lenguaje habitual, es el famoso “aproveche”. Bien sabemos que no siempre tiene una connotación negativa; no se trata de sacar ventaja del otro, pero también es común pensar que hay intentar ‘brincarse’ al que sea cuando éste no se encuentre alerta. No estamos hablando de una especial rebaja en un almacén de departamentos o de estudiar con mucho esmero; sino de esos momentos en que se piensa que es casi obligatorio ser más astuto que el vecino. Es verdad que estas acciones no suelen ser ilegales, pero sí son una forma abuso. Son conductas acomodadas a las conveniencias de un individuo, no a las necesidades de una sociedad.

En esa categoría de ‘avivatadas’ está, por ejemplo, la frase típica en un parqueadero del edificio donde se vive: “Aprovecha que sacó el carro el de 504 y metamos el nuestro en su espacio”, o en un restaurante: “Aproveche que se fue al baño y traigamos el salero de esa mesa”; lo que implica, entre otras cosas; que como se dice en el argot popular, que en Colombia jamás se puede ‘dar papaya’ y siempre hay que estar ‘mosca’ porque al menor descuido viene el zarpazo. Eso, por supuesto, no es un acto de extrema violencia, pero si es inamistoso y de casi nula consideración con los demás. Se genera un normal descontento que se va acumulando hasta que se vuelve resentimiento y, desde ese punto de vista emotivo, es muy posible pasar a la violencia.

Si fuéramos a hablar de la famoso frase “¿Usted no sabe quién soy yo?” tendríamos que hacer un tratado completo. Es un hecho que algunos creen tener derecho a atropellar a sus congéneres por el único motivo de tener posición social o dinero. Es como si algunos creyeran que la vida y honra de los otros les pertenece por entero. Un mínimo de poder les otorga la categoría de sentirse señores feudales, con el derecho de pernada incluido, con licencia para matar y cometer toda clase de atropellos. Una visión que, además de anacrónica, refleja una carencia absoluta de argumentos y demuestra el mayor grado de pedantería y soberbia. Prepotencia mezclada con arrogancia y nulo cerebro. Muchas más reflexiones podrían hacerse al respecto. Sin embargo, creemos que basta con decir. ¿No es ésta una invitación manifiesta a la violencia?

Finalmente hay que hacer una anotación respecto a la conducta inadecuada de los funcionarios. Una de las conductas con más falta de consideración que existe en el país, es la indolencia con que se trata al público. La gran mayoría de la población colombiana indaga primero a qué conocido puede acudir antes de dirigirse a un despacho público. Parecería muy curioso este hecho, pero es bien sabido que desde el portero hasta el ministro, todos se comportan como si la consigna fuera obstaculizar a los ciudadanos, olvidándose de lo primordial: son servidores, no tiranos. Su oficio principal es brindar soluciones no poner impedimentos. Ir a una de estas oficinas es encontrarse con un cúmulo de papeles en un escritorio, dando la apariencia de que se trabaja con tesón, mientras los empleados conversa, ríen, toman tinto y se dedican a mirar el reloj, para salir corriendo a la hora del almuerzo. Toda la actitud propia de quienes no se dan cuenta que ellos forman parte esencial de ese engranaje, donde todo debe ser concebido para el beneficio de toda la comunidad y no de unos pocos.

Este tipo de comportamientos, tan nuestras, son el caldo de cultivo de una soterrada violencia. Convierten al país en un Estado fallido. Muy antipático término. Sin embargo, se acomodan milimétricamente al modo de ser colombiano. Urge un cambio de visión frente a la vida. Sólo de esa manera podremos ser una sociedad mejor. La educación debe fortalecerse a través de medidas que incrementen nuestras responsabilidades cívicas y los valores morales que las sustentan. No existe otro camino para llegar a una PAZ duradera.

Cartagena, julio de 2017

bottom of page