Desde que nació Colombia se viene luchando para que el país salga de la situación de atraso y de grandes desigualdades que lo han caracterizado. Es un hecho probado que estas situaciones de abandono constante son generadoras de conductas agresivas que causan un deterioro social sistemático, donde se pone de manifiesto el desprecio por nuestros semejantes y germinando así una violencia descontrolada, que viene acompañada de egoísmo extremo de tal forma, que muy pocas cosas se solucionan de manera amigable.
Sin embargo, se está empezando a tomar conciencia de que ningún país crece armónicamente, mientras se esté en constante conflicto con el prójimo y no se produzca la solidaria cooperación de todos los estamentos sociales.
Diariamente se oyen historias estremecedoras, donde queda claro que el país se ha rezagado varias décadas con relación al desarrollo humano de los países llamados del Primer Mundo y que esta inequidad debe corregirse de manera inmediata.
Vale la pena reflexionar partiendo de un ejemplo reciente: una buena amiga me contó algo que me dejó sin palabras. Visitó una escuela pobre en Cartagena y quiso saber el motivo por el cual un pequeño alumno no podía concentrarse. Procedió a preguntarle y este, con la sinceridad propia de su edad, le dio una razón contundente y escalofriante: “Seño, lo que pasa es que los ruidos de mi estómago, por el hambre que tengo, no me dejan oír a la profe, seño”. ¿Qué se dice ante esto? ¿Se le reprocha la falta de atención? ¿Qué es más importante, la educación o el alimento diario? ¿Cómo hacer que esta personita se convierta en un adulto verdaderamente útil para la sociedad?
Evidentemente este niño tiene ganas de aprender. Sabe que no es bueno no poder seguir las instrucciones de la docente. Es muy probable que se sienta avergonzado por los ruidos, pero no sabe cómo acallarlos y tampoco es consciente de que otros compañeritos pueden estar pasando por lo mismo. Muchos adultos se sienten conmovidos por sus palabras, pero tampoco saben a ciencia cierta cuál sería la manera más eficaz de ayudar a solucionar un problema tan antiguo y complejo como este. ¿Dónde comenzar? ¿Cuándo acabamos?
Indudablemente hay que proteger a la infancia mediante una acción conjunta de la ciudadanía y el Estado para erradicar el hambre. Se sabe que tan pronto somos concebidos empezamos a requerir del alimento. Si la madre no está bien nutrida, tampoco el hijo lo estará y siempre los dos vivirán con un déficit físico y sicológico que les impedirá explotar al máximo sus capacidades. No es necesario ser un erudito para saberlo. Así pues, un niño en condiciones de desnutrición no será jamás un estudiante modelo. Es así cómo surgen una multitud de problemas derivados de este hecho. No podrá crecer sano, no se desarrollará intelectualmente como para poder modificar su entorno, ni llevará una vida digna, sin tantas privaciones ni tantas aulagas. Tendrá que conformarse con un trabajo inestable y mal remunerado, de tal forma que la sociedad donde se halla inmerso no será lo productiva que debiera ser y toda la nación seguirá en el atraso…la misma historia podría repetirse en sus hijos, sus nietos, sus bisnietos…
Sabemos que no es una exageración, pero esta es una cadena de errores políticos interminable y todos tenemos en este campo enormes responsabilidades. ¿Cómo romper este círculo vicioso? Evidentemente, de manera consciente, nadie tiene el deseo de que los menos favorecidos, económicamente hablando, se mueran de inanición. Pero son una pequeña minoría los que emprenden un accionar, dirigido a la cooperación de la comunidad para salir de atraso. En Colombia prima, de alguna manera, “el sálvese quien pueda” como la única regla de comportamiento ciudadano.
Muy pocos se alejan del egoísmo y comprenden que la esencia del progreso propio se encuentra en solucionar problemas comunes entre todos, esforzándose por crear las condiciones necesarias para que no sólo se enseñe a pescar sino que también, se puedan financiar los arpones, las canoas, las atarrayas… de tal manera que la conocida metáfora china no sea un expresión idiomática más, sino un ejemplo de cómo se transforma una sociedad, partiendo de un esfuerzo cívico donde todos pongan y todos ganen. Esta es la utopía que en este continente americano todavía no parece probable. Está lejano el día en que se vean los frutos de naciones guiadas hacia un bien común derrotando a los egoísmos particulares.
Es muy doloroso y frustrante constatar que la mayoría de la población se rige por el convencimiento de que el esfuerzo individual es el único que vale la pena realizar: “Si yo estoy a salvo, qué importa si mi vecino rueda escaleras abajo?” Es así notorio que en nuestros territorios se sigue imponiendo la supervivencia, en su forma más primitiva, aquel accionar en dónde prevalece el egocentrismo y no se adoptan conductas gregarias. Es un hecho que se piensa que el poner la zancadilla, resulta la forma más expedita para llegar al ascenso deseado. Suele ser habitual comportarse como ruedas sueltas y esa falta de sentido de cooperación, la carencia interna del convencimiento en que “la unión que hace la fuerza”, ese negarse la solidaridad como la forma idónea para alcanzar más rápidamente el progreso personal y comunitario, impide que se consigan las metas de desarrollo en la sociedad colombiana. Sin embargo, aunque está lejano el día de lograr una empatía entre la gran mayoría de conciudadanos, si es un hecho que se está tomando consciencia de que la hora del cambio ya se está aproximando: Mirarnos con ojos más compasivos, sentir que tantas frustraciones repetidas en largas décadas deben acabarse, se sabe que haber vivido en un constante e inexplicable conflicto armado, ser todos enemigos de todos, es un desgaste de energía innecesario, absolutamente pernicioso, dónde lo que prima es la sinrazón y dónde los resultados adversos se manifiestan a través de los miles de niños que no se nutren de manera optima, ni pueden estudiar, capacitarse para explorar sus potencialidades intelectuales y físicas al máximo y, por lo tanto, la corrupción moral se impone y el atraso impera para hacernos creer que éste es un país sin esperanza.
No estamos dispuestos a legarles a las nuevas generaciones esta nación proclive al fracaso. Es la hora de comenzar a moverse hacia el progreso comunitario. Dejemos de quejarnos. No más brazos cruzados. Veamos en el otro un aliado y actuemos juntos movidos por la solidaridad y creamos en una Colombia verdaderamente capaz de superar adversidades. ¡Actuemos sin excusas, ya!
Cartagena