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Barcelona


Este es mi abrazo, abrazo solidario para todos mis amigos y conocidos españoles y los que han sobrevivido, en cualquier parte del mundo, a los últimos atentados.

Este no es un artículo de opinión. Acá no voy a dar mis argumentos en contra de las actitudes fundamentalistas y destructivas. Tampoco se trata de señalar hechos a todas luces ‘políticamente incorrectos’, ni de referirse a los motivos extremistas y enfermos que llevan a un grupo de personas a actuar de una manera tan destructiva frente a gente inerme y donde desaparece el significado de la palabra tolerancia. Sólo quiero decir que mi interior está sangrando.

Tengo, hace como 10 años, una muy querida amiga catalana. Se llama Rosa y su familia está compuesta por la pareja de esposos, dos hijos: niña y niño; y dos gatos. Viven en Barcelona. Allá están construyendo sueños y en esa ciudad catalana sus días transcurren con cierta tranquilidad y mucho de esperanza. Suelen estar alegres, entusiastas, llenos de buen humor y de deseos de vivir. Tan pronto supe lo del atentado de ISIS, pensé en ellos y se me estremeció el cuerpo. En muchos momentos difíciles de mi vida su amistad me ha reconfortado. En esta ocasión son ellos los que necesitan de mi mano solidaria. Sin embargo, yo estaba paralizada y no sabía como alentarlos con las palabras justas y precisas para expresarles lo que doloroso que me parecía este hecho.

Es casi imposible imaginar cómo una ciudad tan vital se hubiera detenido en un aciago instante. ¿Dónde estaba mi amiga? ¿Estarían cerca sus hijos del lugar del atentado? ¿Cómo habrían reaccionado los siempre intuitivos gatos? ¿Su esposo, estaba bien? ¿Cómo era posible que un día de verano, sin prisas y sin angustias se transformara en un horrendo mundo de caos? No existían respuestas para los interrogantes…Creí que era imposible tranquilizarla estando yo a más de 8.000 kilómetros de España. Me dejé caer sobre la cama.

Lloré un rato, con un llanto largo, amargo, triste y desgarrado. Y poco a poco salieron al espacio las imágenes de otros atentados: Algunos de ellos en mi país cuando se desató la violencia del narcotráfico en mi país: El avión de Avianca, la bomba del DAS, el atentado a ‘El Espectador’ y mucho más recientemente los infaustos sucesos del Club El Nogal. Otros, producto de arraigadas divergencias políticas o religiosas: hace varias décadas el de las Olimpiadas de Alemania y en este las Torres Gemelas, el de Atocha y más recientemente el de Manchester y ahora Las Ramblas.

Muertos sin rostro, en la gran mayoría de los casos, sin ninguna culpa, únicamente víctimas de unos seres descontrolados por el rencor, la intolerancia y los odios desbordados de ambos lados. Transitaban por sitios prohibidos a las horas indicadas. Soñaban, reían, trabajaban o solamente caminaban hacia un destino construido sobre expectativas lejanas. Nunca llegaron. No llegaron las noches de luna ni las noches estrelladas.

Tampoco para ellos llegarán las navidades dónde el amor de sus vidas les daría el regalo por tantos años anhelados. Ni el próximo cumpleaños cuando comerían esa torta que tanto han deseado, ni ese viaje por un país ignoto que imaginaban como en un cuento de hadas… No llegará el día de la fiesta que hace años venían planeando. Llegará, eso sí, el silencio, el olvido, la desesperanza. Ellos no estarán sentados ni en la vereda, ni en el parque, ni en la orilla del mar, ni en el porche de sus casas y sus familias seguirán evocando… evocando… evocando… ¿Muertes inútiles? ¿Muertes inexplicables? El paso de los días no hará que se les olvide pero tampoco día a día serán recordados.

El mundo sigue girando. Y los hombres, que se dicen pensantes, sólo dejarán el testimonio de sus perversidades.

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