Como buena soñadora a veces me pregunto qué cambio le haría a este país si fuera ministra o qué cambio haría si simplemente pudiera. Dándole vueltas a ese asunto, pensé que si el genio de la lámpara me concediera un solo deseo, yo elegiría que las mujeres dejáramos de hacernos zancadillas las unas a las otras. Sí, el feminismo se me mete hasta en los sueños.
Ser activista y además trabajar con mujeres, hace que todo el tiempo esté teniendo conversaciones de estos temas y me encanta, lo disfruto como fanática de Game of Thrones discutiendo el final de temporada; pero es muy desalentador y frustrante, encontrarse que somos las mismas mujeres las que en muchas ocasiones nos encargamos de sabotearnos entre nosotras. No sé cuándo lo aprendimos, pero sospecho que fue en la adolescencia mientras veíamos series gringas donde las niñas lindas eran populares y malvadas, el resto feas y miserables y se odiaban entre ellas; y lo interiorizamos de tal manera, que es de lo más común seguir creyendo que la jefe es una bruja y que la otra nos quitó el novio.
Suena chistoso, pero el trasfondo es de lo más perjudicial para nosotras y entre otras cosas para nuestras carreras profesionales, o ¿qué me dicen de los comentarios a propósito del escándalo de Wi-ki mujeres? La sensación al final, es que no había otro desenlace posible ante la congregación de tantas mujeres en un mismo espacio y no hay nada más mentiroso que eso, pero como muchas otras cosas, nos toca demostrarlo con hechos.
No me malinterpreten, no se trata de que ahora todas vayamos a votar por candidatas sólo porque son mujeres o que nunca nos vuelva a caer mal una mujer, sólo para probar que nos podemos llevar bien ¡tampoco!. Pero si podemos empezar por echarle una revisada a lo que decimos de las demás, y preguntarnos ¿si fuera un hombre, yo estaría diciendo lo mismo? Porque cuando la respuesta es no, ¡pilas! Ahí hay sexismo y generalmente, va en detrimento de las mujeres.
Cada vez que criticamos la pinta de las demás, cada vez que dudamos de sus méritos profesionales, cada vez que las juzgamos por sus opiniones o peor, por la forma de disfrutar su sexualidad, nos estamos clavando el cuchillo nosotras mismas. Ese mismo rasero es el que se va a usar para medirnos a nosotras, cada comentario alimenta ese sistema de estándares y estereotipos que se nos exige y nos perjudica. Y por si fuera poco, perdemos la oportunidad de entablar relaciones de calidad con nuestras pares.
Este tema no es nuevo, aquí nadie se está inventando el agua tibia, las feministas tienen identificado este fenómeno y plantearon hace tiempo una solución a la que le llaman ‘sororidad’, esa idea loca de reconocernos como iguales, crear lazos de confianza y solidaridad, transformar la forma cómo nos tratamos y ayudarnos a crecer mutuamente, ¡Qué lindo! ¿No?
Como siempre el llamado es a cuestionar, porque no es natural que sintamos que las demás son competencia o enemigas, ni que seamos nuestras principales detractoras, es un comportamiento aprendido que se cura con una buena dosis de empatía.
Las mujeres poderosas, empoderan mujeres.