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En Cartagena no ha cesado la horrible noche


Nuestro himno nacional, cuya letra fue escrita por Núñez pensando en celebrar la gesta del 11 de noviembre de 1811, tiene un verso que hace alusión al hecho de que, al romperse los vínculos malsanos con España, esa pesadilla había terminado. Dice “Cesó la horrible noche” y los colombianos solemos cantar estas palabras con mucha emoción. Sin embargo, cabe la pregunta: ¿De qué se habla? ¿Cuál mal sueño ha terminado? Somos conscientes de que este país no avanza hacia una vida con calidad, incluyente y segura como uno se imagina que debe ser el despertar de un pueblo libre, verdaderamente democrático y equitativo.

La pregunta es aún más profunda, cuando se cuestiona la realidad de la ciudad tan amada por el pensador ‘solitario’ del Cabrero. Es una verdad probada que Cartagena está pasando por una crisis tal, que hace parecer que Murillo fue un santo. El desgreño es total y en realidad no se sabe cómo se podrá salir adelante.

Este terruño trata de mantenerse en pie, como puede, o por obra y gracia de la Virgen de la Candelaria. Lleva en manos de piratas muchos años. Llegan con las peores intenciones y, antes de que cante el gallo, ya están comprando y vendiendo conciencias a cualquier postor, siempre y cuando, les deje desvencijar las arcas del Estado.

Como consecuencia de estas conductas reiteradas, la ciudad se desangra a pasos agigantados. El valioso patrimonio colonial ya casi es cosa de la tradición oral y la desigualdad social es el presente que respiramos los cartageneros.

Muchos de estos males son producto de la confluencia de dos factores que distinguen a sus mandatarios: Una ineptitud total para resolver cualquier problema y la nula vocación de servicio. El bien común, como pilar de cualquier sentir democrático, no existe. Los excesos de la ambición desmedida son los únicos asuntos que importan a estos mal llamados personajes. Como bien se sabe, en Cartagena existe un grupo homogéneo de bandidos, muy bien identificados, que rigen, no sólo los destinos de los propios, sino también le imponen su ley de malandros a los visitantes.

Si nos detenemos en un solo caso, es fácil de entender lo que acá sucede. En esta época del año, existe un fenómeno natural: el mar de leva. Algo perfectamente predecible, pues es el producto de los vientos del norte propios de la estación invernal. Como es cíclico y reiterativo, bastaría con tomar acciones correctivas, basadas en la observación juiciosa y científica, que se define en las universidades y aplicarlas con rigor para poder resolver estas inundaciones habituales en las calles paralelas a la playa.

Sin embargo, en vez de haberse encontrado una solución definitiva, año tras año las cosas empeoran y a las edificaciones cercanas al mar, les llega el impacto de unas olas descontroladas que han pasado previamente por las calles aledañas. Poco falta para que los comedores de esas viviendas se inunden debido a la fuerza marina. Estoy hablando de un sector donde viven los más acaudalados cartageneros y donde se encuentran situados muchos hoteles de lujo. Da vergüenza ajena saber que la gran mayoría de los que han apropiado del erario, son también víctimas de esas aguas salobres, que carcomen sus vehículos, oxidan sus objetos de plata y bronce, dañan sus antejardines e impiden el libre tránsito, dificultando así todas sus actividades cotidianas. No les importa, pues su negligencia es tal, que ni por ellos mismos se preocupan. Nada detiene su ambición desmedida de obtener dinero mal habido y seguir corrompiendo todo aquello que llega a sus manos.

Por lo tanto, es perfectamente entendible que no se detengan cuando se trata de desvalijar, tumbar, agredir, convertir en centro comercial cualquier espacio del centro amurallado. Atentar en todas las formas posibles el valioso Patrimonio de la Humanidad, que les ha sido confiado, no reviste ninguna responsabilidad para estos amigos de la corrupción. ¿Cómo van a dejar de ganarse miles de millones si llegaran a impedir que se tumbe una casa, se malogre el entorno de un castillo colonial, o siga habiendo un expendio de drogas al aire libre, en la plaza de donde surgió el grito de Independencia absoluta, ese lejano día de noviembre? Simplemente imposible. Para esta lógica perversa don Dinero es lo único válido. No hay que ejercer ninguna autoridad. Así se este matando la gallina de los huevos de oro. Lo inmediato, siempre el lucro inmediato, es lo que prevalece. Viva la vida, si los bolsillos están bien abultados y la casa en el peor desorden, que es lo que resulta más rentable. Pobre destino el de la Heroica.

A lo lejos se mezclan los sonidos el rumor del mar embravecido y las quejas de los ciudadanos honrados. No hay de qué preocuparse. La pesadilla no concluye y que siga la jarana, piensan ellos. Para eso se han apropiado de la ciudad y han esclavizando a sus habitantes.

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