Estamos a una semana de las elecciones. Hay incertidumbre y mucho miedo de lado y lado. Una situación que, de por sí, dificulta el ejercicio libre de la democracia. El temor paraliza e impide tener la mente apta para tomar decisiones acertadas. Sin embargo , hay que reconocer que en Colombia no es habitual que se dé el voto de opinión, puesto que esta decisión casi nunca responde a una reflexión muy cerebral y bien analizada, propia de esos países donde sus ciudadanos están políticamente instruidos y con suficiente criterio para elegir con entera independiente y según el leal saber y entender de cada uno de los votantes.
Hay que aceptar que en nuestro país, aún en las capas más instruidas de la sociedad, se vota movidos más por sentimientos y emociones muy primarias, que haciendo un análisis detenido y sosegado de todos y cada uno de los candidatos, para que se pueda elegir a la persona más idónea y honrada, capaz de llevarnos hacia el bien común propendiendo por una nación que crezca en armonía y con el equilibrio social que se tanto se necesita.
Evidentemente en esta república se vota en contra de y no a favor de.
Con esa conducta de reacción es un hecho que todos somos culpables de la debacle en que hemos vivido por más de doscientos años. Acá no importan ideologías, ni programas de gobierno, que vengan de donde vengan, jamás se concretan en nada.
En este país de lo único que se trata es de quitar del medio a quien pueda incomodar a su más fuerte rival.
Colombia es una nación profundamente visceral, sin capacidad ninguna de conciliar nada. Y eso no es una característica de nuestra historia reciente. Esto está tan pegado a nuestro proceder como lo está al suelo nuestra cordillera de los Andes. Ahora bien, la historia no es una novela escrita al arbitrio de los historiadores. La historia, colombianos, la escribimos nosotros, con toda la responsabilidad que nos atañe. Es nuestra inconciencia, nuestra postura cómoda, es nuestra negligencia a la hora de votar, la que ha perpetuado el caos.
Decidir no es difícil. Es mirar en nuestro interior, dejar de lado todas las influencias negativas de uno u otro lado. Es reconocer que siempre sabemos a ciencia cierta, cuando alguien, por ambición de poder desmedido, con un egocentrismo fuera de toda racionalidad; nos trata de engañar con palabras melifluas o voces de guerra a la vista para conseguir sus propósitos non sanctos.
La verdad es que debemos propender por construir una Nación próspera y en verdadera Paz.
Es indispensable respirar profundo, con cabeza fría, darnos cuenta que la desigualdad es verdaderamente es asfixiante y que para mejorar el entorno es nuestra obligación luchar con mucha fuerza para realizarlo.
Colombia necesita un presidente ecuánime, un estadista de verdad, verdad.
Alguien que acabe esa polarización tan absurda en que hemos caído y que combata la miseria en que viven millones de compatriotas.
Para eso es necesario elegir a un individuo con inteligencia reflexiva y emocional, libre de bajas pasiones, que realmente tenga la voluntad y la experiencia, para llevarnos por el camino de la reconciliación que es tan necesaria para que nazca este nuevo país que tanto anhelamos.