Durante los últimos dos años quienes han pretendido dominar por asalto el escenario político se han quejado de la ‘polarización’, entendida como la división de la opinión popular en dos extremos opuestos y radicalizados, con detrimento o menoscabo de posiciones moderadas en el debate. Otros la definen como la división en diferentes corrientes de un mismo partido político, que conlleva al caos y la pérdida de coherencia en el discurso.
Casi todos los medios, analistas y opinadores políticos han repetido hasta la saciedad que el país está sesgado entre dos visiones, la del Si contra el No, la de derecha e izquierda, la de progresistas versus retardatarios y la más perversa de todas: la disyuntiva entre la paz o la guerra.
Los resultados de las elecciones de primera vuelta se han encargado de demostrar de manera categórica la falsedad de esa división.
Los votos obtenidos por Duque, Petro y Fajardo marcaron una distancia gigantesca frente a los porcentajes irrisorios de Vargas, De la Calle y los demás candidatos, dejando a estos últimos en una situación lamentable.
El que existan tres opciones bien definidas recibiendo el apoyo mayoritario de los votantes, desmiente la tesis ‘polarizante’ que ha acuñado el gobierno a través de los medios. Ese planteamiento sólo servía a los fines del ansiado y fracasado unanimismo maniqueo del Si en el plebiscito, que no le importó colgarle a medio país el falso letrero de ‘guerreristas’.
En mi opinión, el invento de la tal polarización quedado como un discurso para ‘hacer humo’ y ha evolucionado en términos reales hacia el debate enfocado en la POLITIZACIÓN de la opinión, lo que en este momento de la democracia republicana me parece sano y positivo en una sociedad que ha manifestado desinterés en la escogencia de su propio futuro.
Ahora bien, como es hora de alianzas, es necesario ubicar las tres fuerzas que inciden en la segunda vuelta: de un lado, sin prisa pero sin pausa, con absoluta conciencia de la magnitud del reto que le espera al asumir la responsabilidad de reparar y enderezar el desastre que nos deja este gobierno, Iván Duque continúa acumulando los apoyos necesarios para ganar. No será una victoria fácil ni su gobierno será tranquilo, pero es la mejor opción para navegar las aguas turbulentas que constituyen el legado de Santos.
Por su parte, Petro insiste en vender a toda costa y sin importar cuantas veces tenga que contradecirse y mentir, su modelo caduco y visceral construido alrededor del odio de clases y, por supuesto, del odio a Uribe.
Mientras tanto, la tercería de Fajardo evita tomar partido por nadie. Luego de soportar la derrota que le propinó el andar mal acompañado por las nuevas gamonalas Verdes, se niega a ceder su protagonismo y pretende poner alto precio al caudal de opinión que aún lo acompaña, que fundamenta su propuesta en el odio al sistema y a Uribe (¡también!).
Lo cierto es que tanto Fajardo como Petro se equivocan en un punto fundamental: la politización sana del debate y la fuerza del voto de opinión hace que los votos ya no sean endosables, como pretenden dinosaurios como César Gaviria, Clara López, las gamonalas del alarido y el mismo Petro, quien no duda en reclamar como propios los votos Verdes y tilda a los promotores de la opción inane del voto en blanco como ‘chichipatos’.
¿Qué más puede esperarse del mismo personaje que tapó a la prensa cosas como el golpe en la cara que le dió a María Helena Hernández, esposa del vicepresidente comercial de Bavaria Rafael Vargas, en plena fiesta de bautizo de su concuñado Carlos Gutiérrez? ¿Será por eso que su fórmula vicepresidencial es la psicóloga María Ángela Robledo, que mucho calla y poco aplaude en los actos de campaña?
Lo único claro que tiene la izquierda es el caos que ella misma ha creado y que no le permite discernir para dónde coger sin contradecirse. Como ya lo ha demostrado la historia y los resultados catastróficos de varias alcaldías, ellos son buenos para ejercer la oposición, pero no para gobernar.
Así las cosas, resulta necesario que la Gran Alianza Republicana por la Democracia se manifieste con seriedad y contundencia en la segunda vuelta. Es hora de que los descreídos y los del voto en blanco tomen una decisión afirmativa real y positiva, mirando hacia adelante. El futuro que queremos para Colombia se decide ahora y no hay espacio para volvernos a equivocar.
Ñapas varias:
1). La derrota absoluta del liberalismo ha forzado a Gaviria a quemar sus naves: ofrecer su apoyo a Duque no es una adhesión, es optar por la única alternativa que le queda para intentar sobrevivir.
2). El silencio de Santrich y del resto de las Farc, salvo el soterrado balbuceo de Timochenco dándole su voto a Petro, es inquietante y hay que averiguar qué está pasando en sus escondrijos donde esperan salvarse de la extradición.
3). La adhesión de Ingrid Betancourt es el vivo retrato del oportunismo de una propuesta que se llamaba Oxígeno, que murió en los campos de concentración de las Farc de los cuales ella ya no se acuerda.
4). El coqueto trino de Ernesto Samper a la propuesta de Duque de revisar lo acordado entre Santos y las Farc demuestra su talante ladino y politiquero, que traiciona todo lo dicho desde su tribuna de Unasur. ¿Querrá revalidar la visa que le quitaron los gringos cuando fue presidente y no morirse sin ir a Disney?