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Los odiadores


Ocho años de bulling contra todo lo que tuviera relación con la victoria de la Política de Seguridad Democrática han marcado y siguen determinando el ejercicio político de la izquierda en Colombia.

Y digo bulling porque una cosa es la oposición reflexiva y constructiva, y otra bien distinta es el ataque permanente –con gritos, mentiras y sin argumentos– al que ya nos tienen acostumbrados quienes enarbolan las pancartas del racimo de grupos que aún creen en el socialismo como una opción viable.

La negación es su fe. De nada vale recordar que la caída del Muro de Berlín no solo dejó desvelados a muchos que creyeron en el sueño estalinista, sino que hizo evidente la pesadilla oculta tras la Cortina de Hierro. Igual sucede con el fracaso de todos y cada uno de los países que sufrieron la imposición del sistema represor mas sanguinario de la historia.

A pesar de la evidencia, para ellos es fácil afirmar que Mao, Stalin, Pol Pot, Castro, Chávez, Ortega o Maduro 'nunca' fueron líderes de izquierda y que la verdad de sus ideas reposa en esa conveniente reserva mental que les permite justificar casi cualquier atrocidad, incluso el uso criminal de la vía armada en combinación con otras formas de manipulación ideológica.

Los rezagos de esos sistemas continúan sometiendo a sus pueblos a escasez, hambruna, miseria y aislamiento, encubiertos por la eliminación del disenso y la represión de las libertades individuales.

El ejercicio de desarmar a esos sectores y lograr su claudicación ha sido tarea de más de un siglo. Algunas veces se ha hecho por la fuerza, otras por la pérdida de su voluntad de lucha, las más por el simple devenir de los acontecimientos y raramente por la decisión soberana del pueblo en las urnas.

A pesar del fracaso del proyecto, la izquierda sigue organizando sectores donde la venta de ilusiones sigue hallando campo fértil para mantener latente el engaño, amparado en la tolerancia de las democracias imperfectas. Algunos sindicatos, educadores, periodistas, activistas judiciales y actores culturales se convirtieron en voceros gratuitos –y menos gratuitos– de la propaganda y la transformación del lenguaje que aprisiona mentes y crea 'realidades' para negar otras.

Es oportuno revisar aquí algunas conclusiones de la reunión del Foro de Sao Paulo realizada en La Habana entre el 15 y el 17 de julio pasado. Luego de celebrar el 28 aniversario de su creación, reconoce que los recientes fracasos de la izquierda latinoamericana de todas formas les funciona como aliciente para mantenerse “en pie de lucha”. La declaración de este año sigue la misma ruta de la de Managua en 2017, pero ninguna de las dos condena la feroz represión en Venezuela ni en Nicaragua.

En medio de la verborrea usual, hay cuatro líneas que destacan: la legalización de los cultivos de coca, la exigencia de excarcelar a los políticos zurdos encarcelados por corrupción, la defensa de la cultura de los pueblos indígenas y afrodescendientes y la imperiosa necesidad de consolidar el proceso de paz en Colombia.

Todos son lugares comunes, todos han sido objeto de ríos de tinta, horas de señal y elaboradas matrices de opinión durante los últimos años y todos giran alrededor de conceptos generales que son buenos hasta la obviedad, lo cual parece hacerlos indiscutibles, indebatibles.

El problema del enunciado es de dónde vienen tan loables propósitos, hacia dónde se orientan y quienes se apropian de su manejo político, como ya lo han hecho en algunas áreas y en diversos momentos.

Bueno es recordar que el mismo presidente Santos ha admitido públicamente que “en 2010 o eligió la derecha y en 2014 lo reeligió la izquierda”, justificando ese giro en aras de su particular versión de La Paz con impunidad para máximos responsables de atrocidades de la guerrilla. ¿Coincidencia?

Una mirada particular merece el tema de Justicia, donde las tácticas de guerra jurídica con falsos testigos se han cebado con saña contra el Presidente Uribe. No sólo el aplazamiento sino la negativa de escucharlo y recibir las pruebas que lo exculpan constituyen en sí una vulneración a sus derechos fundamentales al debido proceso y al oportuno derecho de defensa, sino que las filtraciones a la prensa de piezas escogidas del expediente hacen que se distorsione el debate judicial y se enrarezca el clima de opinión justo antes de la posesión de Iván Duque como Presidente de todos los colombianos.

El nuevo gobierno debe cuidarse de ceder espacios y hacer pactos con áulicos de quienes pasan la vida repartiendo manzanas envenenadas. El criterio de escogencia del gabinete y altos funcionarios, fundamentado más en las hojas de vida que en la experiencia continuada, puede abrir oportunidades a los interesados en erosionar la institucionalidad e imponer un discurso que está más caduco que las protestas de glúteo al aire.

La búsqueda de la unidad para enfrentar los retos que se vienen, hace necesario establecer espacios de concertación y alianzas puntuales, pero de manera alguna cogobierno, ni división sectorizada de temas fundamentales. Es urgente consolidar de manera transparente una sola Alianza Republicana con aquellos dispuestos a defender las instituciones y no con quienes las atacan mientras se benefician de ellas.

Ñapa: La columna ‘De naranja a oscuro’, de Alonso Sánchez Baute, publicada en El Heraldo, abre un duro debate sobre la designada Ministra de Cultura. Ya los más connotados representantes de apoderamiento zurdo del sector se habían pronunciado en su contra y el video de cánticos al lado de Piedad Córdoba no le ayudan. Se avizoran tiempos difíciles para la anhelada germinación de la Economía Naranja en este sector: andar entre dos fuegos es la peor situación en un campo de batalla.

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