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Pensarnos con sentido geopolítico


La segunda semana de septiembre tuvo lugar el Foro Económico Oriental, desarrollado en Vladivostok (Rusia). Entre las cosas más importantes que ocurrieron allí se destaca la consolidación del proyecto comercial y de transporte que ya China había presentado en 2013, mediante el cual se proponía la creación de un sistema ferroviario, de viaductos y puertos que atravesaría desde Japón hasta el extremo occidental de Europa, reconstruyendo y ampliando lo que en el mundo antiguo se conoció como la ruta de la seda.

Este proyecto de integración comercial, llamado oficialmente Ruta de la seda del Siglo XXI, que desde su nacimiento vino acompañado de otros hechos importantes como la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), al cual entró recientemente Venezuela, y de la Unión Económica Euroasiática (UEE), se ha convertido poco a poco en una alternativa multipolar de poder para muchos países a nivel global, que han dependido, a falta de alternativas, de su relación económica con EEUU, la Unión Europea y su instituciones, como el FMI y el BM.

Este giro económico y geoestratégico, al cual diferentes países occidentales han empezado a sumarse (Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y Reino unido son miembros del AIIB y otros como Canadá y Australia esperan respuesta para unirse a los 57 miembros ya existentes , entre los que se cuentan 14 no regionales) es apenas el corolario de un nuevo mundo multipolar que se había anunciado entre el 2013 y el 2014 cuando Rusia desafío diplomática y militarmente con éxito a Estados Unidos en Siria y Ucrania, y supo constituirse de este modo en una actor global de peso ofreciendo al paso un margen de acción a diferentes actores regionales y globales para generar nuevas alianzas y nuevas dinámicas de poder. El acuerdo de intercambio Rublo-Yuang, firmado a finales del año anterior expresa precisamente una gran alianza política y económica entre Rusia y China que libra ahora una batalla en diferentes frentes contra el orden establecido después de la caída de la Unión Soviética donde los Estados Unidos ha ejercido una hegemonía global en cuanto modelo político y económico.

En tal contexto económico y geopolítico, en el cual China ha pasado a ser la segunda economía del mundo, cuadruplicando en tasa de crecimiento anual a Estados Unidos, y en el que Rusia renace como potencia global aliada y facilitadora del proyecto chino, se entienden las tensiones en la ONU por la situación en el Medio Oriente y el Mar de China Meridional, las encarnizadas discusiones en torno al programa Nuclear Iraní, la disputa sobre la supuesta injerencia rusa en elecciones de los Estados Unidos así como las acusaciones no comprobadas sobre espionaje, la descontrolada lucha arancelaria entre Estados Unidos y China que amenaza hoy con salirse de control y que tiene al segundo dispuesto a vender los bonos del tesoro estadounidense y desdolarizar su economía, como ya han empezado a hacerlo y promoverlo decididamente Rusia, Irán y Venezuela y más progresivamente Pakistán y Turquía, alentados por el nuevo polo de poder.

El mundo sigue así un rumbo que acabará por sepultar la unipolaridad que gobierna desde comienzos de los años noventa tras la caída de la unión soviética. Nuestra compresión de este hecho ineludible, nuestra capacidad de entenderlo y asimilarlo, de relacionarlo, más allá de la avalancha de informaciones de los mass media dominantes en Occidente, que nos dibujan un sistema internacional en caos sin una lógica aparente o simplemente como un juego de buenos y malos, determinará el lugar que como país y región podamos tener en este nuevo orden multipolar que ya en diferentes dimensiones se nos insinúa. Nuestra capacidad de reconocer y asimilar este cambio definirá nuestro lugar como país y región, en un momento en el que nuestro empeño con el viejo orden unipolar parece empujarnos a un enfrentamiento militar con Venezuela. Habrá pues que repensarnos en un horizonte más amplio que trascienda nuestra mirada emocional y mediática de la realidad y que nos permita comprender la lógica geopolítica que hoy nos lleva a comprometernos en un conflicto que nada tiene que ver con nuestros intereses y que representa más bien los coletazos de un orden agonizante.

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