De qué sirve el acto solemne en que un mandatario, magistrado, procurador, fiscal, gobernador, alcalde, congresista, militar o cualquiera otro funcionario del Estado, que al momento de posesionarse en el cargo, pone de testigo a Dios, coloca la mano derecha abierta sobre la Sagrada Biblia y jura, cumplir con los mandatos de la Constitución y de la Ley, mientras que con la otra mano, la izquierda, está haciendo pistola, ya que aún no ha terminado de celebrar su asunción al cargo, cuando ya se olfatea y despide el tufo de un vulgar delincuente de ‘cuello blanco’.
El juramento no es nuevo, su origen viene atado a los inicios de las antiguas Mitología. Según lo cuenta Hesíodo en Teogonía, cuando Zeus fue atacado por los Titanes, la ninfa Estigia fue la única que le prestó ayuda, y el Padre de los dioses, en agradecimiento a su gesto, la proclamó diosa de la Laguna que lleva su nombre y del Aqueronte el principal río del Averno. Zeus ordenó que en las aguas se hiciera el Juramento por Estigia, el que sería el más inviolable de todos. El que faltara a su palabra sería considerado odioso, aborrecible. Con el paso de los años y de los siglos, cada una de aquellas sociedades fue acomodando el Juramento a sus deidades, unas locales, nacionales y universales.
El más notable de los juramentos que registra la Mitología, fue el que hicieron los dioses que se unieron en torno a Zeus en el Altar de Arula, para combatir a los Titanes que defendían la tiranía de Saturno. Otro de los juramentos más notables fue el que hicieron en Amiclas, lugar donde se casó Helena y Menelao, y donde Tindareo, padre terrenal de Helena, hace jurar a los príncipes pretendientes de Helena que la rescatarán al precio de sus vidas, hecho este que llevó a la Guerra de Troya.
En Roma, en tiempos de la República y primeros años del Imperio, al perjurador se le hacía en la plaza pública por parte del Censor una Reprensión pública, se le leían los delitos cometidos y los hurtos realizados y se le prohibía ejercer cargos por cinco, diez o más años y hasta por toda la vida, además debía devolver lo robado.
Entre los latinos, el juramento se hacía en la fuente Acadina ubicada en la Isla de Sicilia, cuyas aguas eran milagrosas pues allí se bañaba Afrodita y también los gemelos Rómulo y Remo. Estaba consagrada a dioses lares adorados particularmente en la isla. A sus aguas le atribuían la virtud maravillosa de conocer la sinceridad de los juramentos, los cuales se escribían en tablillas que se arrojaban a las aguas de la laguna. Si las tablillas flotaban el juramento era verdadero. Quien cometiera perjurio, era castigado por Némesis, diosa de la Justicia divina, llamada también Adrastrea. El juramento era presidido por Fidios, dios de la buena fe, entre los antiguos latinos.
Aun en nuestros días perdura el Juramento Hipocrático en las facultades de medicina, que viene del antiguo Egipto y de la Magna Grecia, en el que se invoca a Esculapio (Asclepios) y a sus hijas Higea y Panacea, como garantes de que cumplirán las virtudes que debe tener todo médico: vigilante como el gallo, paciente como la tortuga y astuto como la serpiente.
Para tratadistas y estudiosos, solo los que juran en falso en juicio o ante autoridad competente cometen el delito de perjurio, y no quienes no cumplen con la constitución y la ley cuando se posesionan en un cargo. Hasta ahora no tengo conocimiento de que alguien en Colombia haya sido condenado por perjurio en Colombia.
El perjurio, que es el falso juramento, tiene un ingrediente psicológico, pues la persona que jura tiene la intención de no cumplir lo prometido, afecta a testigos, peritos, intérpretes o traductores que bajo juramento o promesa afirmen una falsedad, niegue o calle la verdad total o parcialmente, y su gravedad aumenta si el perjurio tiene lugar en un juicio penal en perjuicio “del inculpado si se comete por soborno, caso este último en que el delito se extiende al sobornante".
El Juramento no es un acto protocolario o de relleno que deba soslayarse, pues la Carta Política colombiana lo establece como una condición sine qua non en los artículos 122, 137 y 192, ya que al posesionarse y para ejercer el cargo al que ha sido elegido o nombrado, jura que ejercerá sus funciones de acuerdo al Derecho que lo rige, de allí que no es un simple acto de traición o como una cuestión moral, sino como el compromiso que adquiere el funcionario con la sociedad, con la Nación, con la Constitución y con la Ley.
En algunos lugares del mundo, el juramente se hace entre dos personas, especialmente en las peleas de gallos, pues sellan el pacto dándose un apretón de manos ante testigos. Y, la palabra de gallero es proverbial y es ley. El juramento es diferente a los votos que hace el religioso o religiosa, pues esos votos no se tienen como juramento si no como promesas. El voto o manda es el ofrecimiento de alguna cosa que se promete hacer, ya sea Dios, la Virgen o a alguno de los Santos de la Iglesia Católica. Hay voto de castidad, pero no es juramento. Es una promesa que se hace. El Ejemplo más notorio de voto de Castidad lo hizo Alfonso II en España, llamado el Casto.
De allí que el perjurio, que es jurar en falso por quien se posesiona y pone de testigo a Dios, al no cumplir con el mandato de la Ley y de la Constitución en el ejercicio de sus funciones, se convierte en un vulgar delincuente, ladrón o pícaro y como tal hay que señalarlo. Y Colombia está lleno de estos delincuente de cuello blanco, pues cuando caminamos por las calles de nuestras ciudades y pueblos lo que vemos son cacos y rateros que van con una sonrisa en la boca, pues sabe que la justicia colombiana, no es como Dios que tarda pero no olvida, pues esta tarda pero nunca llega.
@jocetalaigua
Cartagena de Indias, al comienzo de la Navidad de 2018