Hace unos días me preguntaron cómo sería la Colombia que sueño. La lista de cosas que quisiera que tuviera mi país es muy larga… Creo, por lo tanto, que el ejercicio debe hacerse al revés. ¿Cuáles son acontecimientos que no deben pasar en esta nación?
Comencemos por el principio. Los colombianos comentamos, criticamos, nos quejamos y, al mismo tiempo, nos creemos mentiras absurdas desde todo punto de vista: “Colombia es el país del mundo más feliz” sostenemos. Si eso realmente lo creemos, no sólo somos conformistas sino también ingenuos, embusteros, masoquistas y pasivos. En esta nación estamos en conflicto armado desde los lejanos días de nuestra independencia. Intereses mezquinos han movido toda clase de enfrentamientos: amos contra esclavos, empresarios contra asalariados, terratenientes contra campesinos, liberales contra conservadores, delincuentes de Estado enfrentados con gente decente, demócratas contra autoritarismos, indígenas y afro-descendientes contra señores feudales, un centralismo asfixiante… y así sucesivamente. Y lo más triste de todo, millones de personas del común que prefieren llevar una existencia azarosa, antes de definirse por un cambio. Pero muy pocos entienden que la corrupción no se combate con marchas, sino votando masivamente por personas honradas. No son los politiqueros los que harán que se progrese, sino los políticos que entienden que el bien común está por encima de ambiciones personales. La solución es fácil. Armarse de valor, unirse y derrotarlos.
En esta tierra parece que nos encanta vivir engañados. Decimos frases como: “Vivimos en una democracia”. Me pregunto: ¿Puede hablarse de una democracia en una nación dónde hay miles de asesinatos por motivos políticos, compra de votos y evidente coacción contra los electores? ¿Cuándo pensamos cambiar para hacer la tarea que nos corresponde haber asumido desde hace siglos? ¿Cuándo tendremos el valor y la decencia suficientes para construir el país que de veras merecemos? La existencia cotidiana es casi imposible de llevar, con un mínimo de tranquilidad, sin una educación pública de calidad, con un sistema de salud tan deficiente y donde no es posible que la gran mayoría pueda acceder a una vivienda o un trabajo digno y adecuadamente remunerado. Este ha sido un reto imposible de cumplir.
Nadie cree que se pueda progresar si no se tiene el mínimo de educación requerido, para emprender el desafío de superar obstáculos. No se puede hablar de falta de inteligencia, si se carece de las herramientas para conseguir salir adelante y, además, miles de niños nacen desnutridos y cuando llegan a la edad escolar van a la escuela hambrientos. Así pues, el camino está lleno de espinas y cardos y, casi nunca, basta con la voluntad para lograrlo. En un alto porcentaje los grandes fracasos provienen de los sistemáticos egoísmos y errores de quienes están en ejercicio del poder. Nos ocultan, por ejemplo, que los maestros son muy mal pagos, que el dinero destinado a los almuerzos escolares se lo roban, a través de contratos millonarios; que las escuelas rurales se caen debido a la desidia de muchos funcionarios y otros males igualmente graves. Hay que romper el círculo vicioso que nos asfixia, si buscamos un porvenir mejor para nuestro pueblo.
La extrema pobreza no es una oportunidad, sino una limitante. Supervivir con entradas económicas de miseria, no deja tiempo para pensar; únicamente hace posible amanecer al día siguiente con el horror de no saber qué se comerá, dónde se resguardarán si llueve o el sol se vuelve inclemente. Así que juzgar que se está en ese lugar porque no se lucha, además de injusto, es una muestra clara de que no se conoce la realidad. Mirar a los demás desde nuestra experiencia es olvidar algo fundamental. Estamos en un país dividido y excluyente. No se trata de que el Estado sea asistencialista, como muchos creen, sino de que les brinde oportunidades a todos por igual.
El ejercicio del mando en Colombia siempre se toca con el autoritarismo. Este es un país que les enseña a sus hijos que cualquier nivel de poder no tiene implícito el servicio a la sociedad, sino el abuso. Desde el portero que considera que su trabajo consiste en impedir la entrada a determinado sitio a la ciudadanía, hasta la secretaria que jamás da la información completa y para terminar el funcionario público que complica las cosas más de lo que es normal. En nuestra nación es habitual hacernos sentir que una diligencia, por elemental y sencilla que sea, requiere de una palanca. Antes de ir a pedir, por ejemplo, una cita médica, es habitual que preguntemos quién podrá ayudarnos a hacer menos larga la espera. Partiendo de este comportamiento es entendible que la corrupción sea 'la ley' que impera. Parecería que nada se consigue por el camino indicado y correcto sino porque 'alguien' movió los hilos para que las cosas se dieran. Debemos reconocer que aún los más honrados, echamos mano, en algún momento, de estos procederes. No hay de otra, o nos plegamos o no se avanza. Así de sencillo.
Hay que entender que una de las causas principales del atraso en nuestro territorio es la carencia, casi absoluta, de una educación aceptable. Partamos del principio que ésta no debe limitarse a la información impartida, sino también debe abrirle la puerta a la investigación científica y algo más que no debe olvidase: Hay que trasmitirle sentido de pertenencia a las nuevas generaciones de colombianos, así como valores morales y principios ciudadanos.
En la sociedad nuestra, la gran mayoría se caracteriza por unos egos inmensos y su incapacidad de asumir compromisos serios. Siempre hay pretextos para el incumplimiento. Se piensa, con demasiada frecuencia, que hacer lo que le da la gana a uno, es la muestra de que se está en un país libre y democrático. Si, por ejemplo, se saca al perro al parque y la mascota hace sus necesidades, no es mi obligación recoger el excremento. No importa si los demás se ensucian al caminar el mismo sendero, si proliferan los mosquitos o los malos olores se toman el sitio. Tampoco debemos cuidar los bienes públicos, ni darle prioridad a los ancianos y niños y mucho menos respetar las horas de sueño de los vecinos. Si alguien hace un reclamo, recibe toda clase de palabras soeces; o las manidas frases: “la esclavitud se acabó hace años”, “este país es una democracia” o la de moda últimamente: “¿Usted no sabe quién soy yo?”.
Reaccionamos airadamente cuando el otro abusa, pero no tenemos empacho en agredir cuando somos nosotros los que violamos las reglas de convivencia. Nos cuesta mucho trabajo comprender que el respeto frente al derecho del otro es lo permite exista de una sociedad verdaderamente empática. Entender que mi mundo no es el centro del Universo es darnos cuenta que debemos ser solidarios. Estamos en un país descuadernado y mientras tanto, permaneceremos en una guerra eterna. Hay que darse cuenta que la organización social es el único camino expedito para vivir en Paz. Y cuando hay Paz todos ganamos. Mientras subsista el desorden y la agresión pasiva, no hay posibilidades de tener la Colombia que soñamos.