“Yo amo una patria universal, una patria sin límites y sin fronteras;
Una patria cuyos intereses pertenezcan a todos los habitantes de ella,
Como nos pertenece el aire, la luz y el calor del sol.”
Librado Rivera
Migrar forma parte de la esencia de los seres humanos valientes, de las personas que se atreven a enfrentar sus miedos, de quienes –por diversos motivos- deciden empacar sus sueños en una maleta, sin temor al cambio, ni a perder lo que tienen o quizá porque ya han perdido demasiado, pero aún conservan la esperanza de mejorar su vida y la fuerza necesaria para defender su libertad.
Si analizamos esto a consciencia, la mayoría de nosotros hemos sido migrantes o lo seremos en algún momento, y sabemos lo difícil que es el proceso de salir de nuestra zona de confort; sabemos que en el camino se enfrentan grandes problemas y corremos el riesgo de enfrentarnos a personas que no comprenden nuestros motivos, que cuestionan nuestro actuar, nos critican y lejos de ayudarnos, buscan la manera de impedir el logro de los objetivos que nos hemos planteado.
Partiendo de esto, hago un llamado a la reflexión del fenómeno migratorio que forma parte de la historia de la humanidad y que sin saber cómo, ni cuándo, se ha convertido en un aspecto negativo y controversial, hasta llegar a las peores formas de manifestación de odio: el racismo, la discriminación y la xenofobia.
Estos graves problemas, dan cuenta de la falta de humanidad, empatía y sensibilidad que predomina en nuestra sociedad, y que se agrava al trasladarse a un plano institucional; pues el trato que le estamos dando a las personas migrantes, dista mucho de la hermandad universal y resulta incongruente a la indignación que pregonamos cuando nosotros o nuestros connacionales nos convertimos en blanco de estos tratos en un país extranjero.
En el caso de México, siempre se ha caracterizado por ser un país solidario, receptivo y amable; además, geográficamente representa el corredor hacia el fallido pero anhelado sueño americano; sin embargo, estos adjetivos tan positivos, se están modificando de manera radical por la violencia, la ausencia de respeto y la incomprensión de nuestros nacionales -que sin darse a la tarea de conocer la naturaleza del problema, ignorando las causas que orillan a una persona a dejar su casa, abandonar su familia y salir de su patria- insultan, se mofan, agreden o permanecen apáticos ante la situación.
Sabemos que las condiciones de nuestro país no son las más favorables, pero tampoco son las peores; prueba de ello, es que no hemos llegado al grado de emprender migraciones masivas como lo están haciendo los habitantes de países del centro y sur de nuestro continente.
Hay quienes tildan a las personas migrantes de cobardes, manifestando que prefieren huir en lugar de hacer frente a sus problemas y tratar de mejorar su nación, pero evocando la sensación que provoca entonar nuestro himno nacional o ver ondear nuestra bandera, pensemos ¿qué tan graves serán sus motivos para decidir emprender su viaje? Pensar en ello, puede resultar difícil cuando todos los días se tiene un plato de comida en la mesa, si se tiene un techo bajo el cual descansar, si hemos tenido acceso a la educación, si se cuenta con un trabajo, si no hay una banda criminal presionando para reclutarnos como objeto para delinquir o para forzarnos a tener relaciones sexuales, si nuestro gobierno no nos persigue o si no tenemos años sin ver a mamá o papá, porque prefirieron abandonarnos a ver como moríamos de hambre y se fueron a buscar alternativas para cubrir nuestras necesidades básicas.
Otro señalamiento que he observado en redes sociales, es el hecho de que los migrantes que transitan por nuestro país vienen a exigir a nuestro gobierno lo que no exigieron en el suyo, que el presupuesto destinado en su atención podría utilizarse para nuestro beneficio; y tal vez tengan razón al decir que tenemos muchas necesidades, pero ¿cuáles son las acciones que esas personas están realizando para exigir la satisfacción de esas deficiencias? Porque a mi criterio, publicar un meme o sentarse tras una computadora para emitir su “humilde opinión”, no cuenta como iniciativa viable y analizando nuestra realidad social de una manera objetiva, me alegro de vivir en un país donde se cuente con recursos para apoyar a otras personas sin descuidar las necesidades básicas de la ciudadanía, porque tenemos educación básica gratuita, un sistema de salud al que todos los nacionales podemos acceder y apoyos asistenciales suficientes para nuestra subsistencia. Derechos a los que muchos extranjeros no tienen acceso en su país. Aunado a ello, hay que considerar que el ejercicio pleno de estas prerrogativas no depende en su totalidad de nuestro gobierno, sino que requiere de nuestra participación, porque tampoco estamos bajo la dirección de un dictador.
En el mismo sentido, no debemos pasar por alto que migrar es un derecho humano, que nuestra constitución reconoce la libertad de tránsito, que la dignidad humana no tiene fronteras y que formamos parte de un sistema interamericano y universal de los derechos humanos; mismos, que diariamente nos brindan protección y que visualizaríamos desde otro enfoque si el día de mañana nos llegáramos a encontrar en una situación de migrantes.
Ahora bien, dentro de estos grupos de migración, hay un sector que resulta especialmente vulnerable: niñas, niños y adolescentes que no se encuentran acompañados por una persona adulta que se haga responsable de sus cuidados. Si la niñez no es suficiente para inspirar nuestra sensibilidad, hay que cuestionar nuestra humanidad a nivel individual, porque protegerlos constituye un deber social sin importar, raza, sexo, situación económica o nacionalidad.
Por ello, antes de señalar, condenar y agredir conviene preguntarnos si es el trato que nos gustaría recibir o que recibiera nuestra familia, amigo o compatriota en otros países; y si la infancia no es argumento suficiente para inspirarnos a ayudar, por lo menos que nos lleve a guardar silencio para no propagar el odio, aunque esto nos convierta en cómplices de la xenofobia.
@GUERRAGTZ