La desinformación es una de las tácticas capaces de desestabilizar política y socialmente una democracia.
No hay que ser experto para identificar los medios usados para crear caos en un entorno como el nuestro: la mentira, la descontextualización, el ocultamiento o la manipulación de hechos históricos probados; las falacias, el escarnio desmedido, la difamación, el acoso y la descalificación sistemática en redes, son herramientas usadas para influir en la opinión pública y convertir lo malo en bueno y lo bueno en malo.
El efecto de estos sainetes es el cansancio. La gente deja de informarse, nadie verifica nada, decae la capacidad de análisis crítico y se pierde el buen criterio para elegir a conciencia. Igual sucede con el desgaste de los mecanismos de participación ciudadana que se confunden, pierden fuerza y son reemplazados por un puñado de comunicadores que, abusando de su posición ventajosa, contribuyen a generar odio, caos, desaliento, al punto de modificar artificialmente la percepción de la opinión.
La tarea de esas figuras mediáticas no es construir. Sin ética alguna, violentan, destruyen e invaden espacios individuales, colonizando mentes y corazones con discursos agresivos que acallan toda voz que se oponga o no convenga a su discurso prefabricado, que repiten una y otra vez.
Desde los tiempos de la propaganda estalinista y nazi, la academia ha dedicado raudales de tinta al análisis de estos fenómenos, midiendo sus efectos en centenares de millones de vidas sacrificadas o afectadas de muchas formas y maneras irreversibles.
Hay ejemplos menos dramáticos, pero no por ello irrelevantes. Hace poco me topé con un grupo de extranjeros que muy atentos escuchaban la particular descripción que hacía un guía turístico sobre la situación nacional. Me llamó la atención ese personaje con apariencia de universitario de estrato alto, que despachaba sin ruborizarse una sarta de afirmaciones absurdas.
Con mi amiga acompañante nos detuvimos a prudente distancia para oír la diatriba. Bastaron 10 minutos para quedar asqueados. No se trataba del sesgo del narrador, se trata de la mentira urdida con descaro sobre temas tan documentados como los partidos políticos, la guerrilla, el narcotráfico, la extradición, la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente o el asesinato de diferentes personajes de la vida nacional.
Aprovechando que la escena ocurría en vía pública, de manera respetuosa lo interrumpí y le expresé que su discurso era lamentable, dejando constancia a sus oyentes de que hay otra historia muy distinta en múltiples fuentes serias y bien documentadas. La inmediata respuesta del joven guía fue una andanada agresiva y desafiante, que terminó con el ya usual recurso del insulto.
Era una tarde soleada llena de los brillantes colores del Centro de Bogotá. No era momento para contestar injurias. Invité con buen humor al grupo de escuchas a ignorar el bastardeo histórico del muchacho. Dos de los turistas me respondieron agradecidos y aliviados: eran argentinos, sabían por experiencia propia de qué se trataba. El guía palideció iracundo.
Seguí mi camino preguntándome cuántos cuentos distorsionados se narran a diario en las calles, en las aulas, en las plazas y en los bares, sin un mínimo de criterio, sin contraste ni debate, por boca de estos pequeños soldados híbridos de la desinformación que tienen por oficio engañar crédulos incautos.
Mientras esto sucede en la realidad, la Corte Constitucional acaba de reglamentar los límites del insulto en una sentencia que parece decir de todo y no resolver nada. Solamente habrá más tutelas, por supuesto.
La polarización de la sociedad llega a hacer imposible distinguir entre guerra y paz. La negación de verdades conocidas y su sustitución por vía de distorsión impuesta a través de medios permeados con dineros non santos, o en la virulencia las redes sociales, superan por mucho el simple engaño o el cándido error. Es hora de hacer visibles estas otras mentiras fabricadas.
Ñapa: La cortina de humo de Maduro y sus secuaces que comandan milicias de ‘pranes’ y traquetos, atornillan en sus curules a los congresistas gratis que envalentonados insisten en posar de angelitos, mientras se distrae la atención de los alegatos de prescripción y caducidad con que quieren ocultar elecciones ganadas mediante fraude. Hay hechos nuevos que hasta ahora se están conociendo. Eso en derecho se llama “prueba sobreviniente” y es capaz de revivir procesos.
@rafagonzalez64