Hace un par de días leí algo que me llamó la atención, por considerar que la sociedad colombiana no tiene clara que la disciplina y el esfuerzo personal son indispensables para el progreso del país y, por ende, sus ciudadanos alcancemos la felicidad.
El concepto que se expresaba era el siguiente: “Necesitamos niños felices no excelentes”. Me pareció que estas palabras demeritaban la capacidad que debemos desarrollar los humanos para realizar nuestros sueños. No conozco mayor motivo de alegría que conseguir una meta que parece imposible de alcanzar y que, gracias al deseo interno de ser mejores, se logran vencer los obstáculos, superar los aspectos negativos que encontramos en el camino y entender que esos momentos gratos se hacen mucho más profundos y verdaderos.
Estoy segura que personas como Nairo Quintana o Egan Bernal siempre tuvieron el talento para ser buenos ciclistas, pero no hubieran llegado a la felicidad de una meta grande conseguida, si no hubieran pensado en ser excelentes. Este mismo racionamiento se aplica a todas las disciplinas de la vida, como la medicina, la ciencia, el arte y por supuesto, la literatura.
Es también un hecho que países como el Japón, ejemplo de logros y disciplina ciudadana en el mundo, desde la más tierna infancia educan a los pequeños para derrotar la mediocridad en cualquiera de los oficios a los que deseen dedicarse. Esa idea hace que se dé el progreso. Y éste permite calidad de vida acompañada de seguridad interna para todos los ciudadanos. Pero jamás se piensa que la excelencia limita la posibilidad de ser feliz. Es todo lo contrario.
Por lo tanto, nada más equivocado que lo que ese mensaje pareciera decirnos.
Acá, claramente se trata de una invitación al conformismo, a la pereza mental y física, a escribir una historia de ser siempre segundones, no triunfadores. Implica mucho más esfuerzo mental buscar la excelencia que creer que es necesario permanecer en la comodidad de nuestra zona de confort y creernos que en ese sitio la felicidad de nuestra niñez les caerá del cielo.
No. La felicidad no se consigue dejando que cada uno de nosotros tome o invente una realidad que no existe: un camino de rosas sin espinas. Sólo se llega a ella si nos proponemos desafiar los inconvenientes y superar los obstáculos para conseguir nuestros sueños. Esa es la verdadera realización de un ser humano. Recordemos que todos tenemos alguna habilidad, algún talento. Llegar a explorarlas y explotarlas al máximo es nuestra propia excelencia. No la de los engaños que nace de ocultarnos que la vida es una lucha permanente. Sólo entendiendo que existen los aspectos negativos de la en nuestro diario transcurrir tenemos las herramientas que vencerlos. Nuestra existencia exitosa se da cuando no sólo somos felices a medias sino cuando logramos la satisfacción de dar lo mejor de nosotros mismos siempre.
Una frase debe guiarnos en la construcción de un país mejor: Ser los más destacados nos acerca a la felicidad. La mediocridad sólo produce desazón, sensación de inseguridad y llegamos a pensar que poco valemos. No creo que ese sea el mundo que queremos legarles a los niños y jóvenes de la Colombia del futuro, porque la excelencia es la meta a cumplir; no la insatisfacción de estar siempre cercanos al fracaso.
Es indispensable que digamos frases realmente positivas. No les demos a los niños la idea de que la excelencia es el enemigo. Por el contrario, ese deseo genuino de alcanzar los logros propuestos nos convierte en un país de gente digna y libre. Eso es lo que realmente queremos tener como sociedad. La que tenemos ahora tan permisiva, conformista, desordenada, indisciplinada y falsamente feliz está enferma de muerte.