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El cuento


Les voy a contar un cuento. Había una vez un país exuberante y exótico, repleto de riquezas, ubicado en un lugar privilegiado y habitado por gente trabajadora, que por años y tras muchas dificultades construyó una herencia sólida para las futuras generaciones. Esa herencia aún sobrevive.

No era un país perfecto. La puja entre ambiciosos generó envidias y trapisondas que llevaron al pueblo a dividirse y luchar entre bandos, seducidos por el verbo irresistible de oportunistas que vendieron vanas esperanzas. Ellos sólo querían ganancias y honores pescando en río revuelto.

Pasaron sucesivos gobiernos que contenían brotes de violencia poniendo un remedio aquí y un pañito de agua tibia allá, rodeados de escándalos palaciegos y sonsacando beneficios para sus amigos y allegados.

Con los años, fueron apareciendo nuevos discursos acalorados e ilustrados, que prometían soluciones al tiempo que proclamaban revoluciones como panaceas. Trajeron de otros confines manifiestos novedosos, que anunciaban derechos, riquezas y libertades para todos por igual.

Al encontrar opositores reflexivos, decidieron alentar el caldo de cultivo de la insatisfacción ciudadana, propagando la insurrección como bandera para reivindicar sus teorías. Sembraron odios y cizañas, engañaron e incendiaron los corazones de los más necesitados y propagaron el recurso de la violencia como método político.

Tras una confrontación que desangraba gota a gota los campos más alejados y aislados, donde sustituyeron la autoridad y establecieron su ley en donde había mayor descontento, alentaron los rencores al tiempo que impedían la llegada de soluciones. Pero el avance de su lucha era lento.

Sedientos de poder y urgidos por la ambición, resolvieron hacer alianzas y degradar las tácticas. Pensaron que al inferir mayor dolor, doblegarían a sus adversarios. Y optaron por financiarse a partir de lo peor de la sociedad, aprovechando que había nuevos factores de riqueza fácil dispuestos a colaborar con quien fuese necesario para protegerse. Declararon una guerra a todo lo que significara institución, por el sólo hecho de serlo.

Pero se equivocaron. El país entendió que ese camino de desgracias no era su futuro y mucho menos el de sus hijos. Y con éstos convertidos en héroes, vencieron el caos y lograron arrodillarlos.

Sin embargo, el odio y la cizaña no tardaron en disfrazarse de perfidia. Lentamente fueron avivando la indignación entre los más jóvenes, mientras lograban el apoyo de algunos pocos jueces y políticos bien dispuestos a colaborar. La educación, la cultura, el arte y los medios de comunicación se convirtieron en campos de batalla donde el insulto superó a los argumentos y la mentira se convirtió en verdad.

Los grandes líderes y los guerreros que habían vencido en mil combates, debieron enfrentar la iniquidad gratuita, el escarnio público y la sentencia injusta fundada en presupuestos y prejuicios distorsionados. El desconcierto cundió al tiempo que el aburrimiento, el cansancio y la desesperanza. Una guerra soterrada de desgaste iba avanzando y abriendo espacios para que lo criminal fuera olvidado y se convirtiera en pretexto de cambio, perdón y aceptación.

Hoy ese país millonario se debate entre la traición, los ataques arteros y un racimo de figuras que quieren darle gusto a todos sin satisfacer a ninguno. Mientras tanto, los vecinos contemplan fascinados como un pueblo se deja romper por dentro y aprovechan para azuzar el caos desde la seguridad de sus terrenos, esperando el momento para arrebatar lo que mejor convenga a sus propios intereses.

Y ahí va el pobre 'paisito', sentado contemplando su ombligo, incapaz de discernir entre lo que en verdad es bueno y lo que realmente necesita para ser mejor. Confundido al escoger su rumbo, se debate entre proteger lo importante y conceder indulgencias para endulzar la opinión de sus enemigos. Contemporiza para elegir lo malo, con el pretexto de evitar lo peor.

Hay que tomar decisiones. No es posible avanzar apagando incendios, sino evitando que estos se inicien y se propaguen. Y una vez iniciados, hay que combatirlos con energía y decisión, para salvar la estructura, mitigar los daños y poder reconstruir, prescindiendo de lo que se sabe que no sirve y retirando lo que pueda seguir generando daños. Si no se hace, sólo quedarán ruinas.

Jamás hay que perder de vista que los derechos conllevan obligaciones (y también -y sobre todo- sacrificios). Si lo blando no funciona, otras fuerzas más enérgicas prevalecerán, excepto si se asumen los costos y se toman las decisiones acertadas. Una de ellas es elegir sin miedo y avanzar sin improvisaciones ni espejismos, por el camino correcto.

Ñapa: Esta Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia puede vanagloriarse de haber asesinado a un Comandante del Ejército Nacional. Es una sentencia a muerte que arrasa con los principios fundamentales de un Ejército que ha sido leal con su pueblo, con la democracia y con la Constitución. La condena al general Arias Cabrales es una sentencia injusta: yo estuve allí y puedo afirmar, con la certeza de una conciencia tranquila, que lo que dice ese fallo jamás sucedió.

@rafagonzalez64

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