top of page

Cartagena: un desorden muy bien organizado


No es una verdad no revelada que Colombia es un país proclive al desorden. La falta de organización en todos los campos de la vida colombiana es una constante en la historia de nuestro país. Este hecho ha incidido de manera muy negativa en nuestra nación, tanto así que ha producido atraso y muy poca cohesión social.

El país entero no funciona. No únicamente por la corrupción política sino también la casi nula disposición que se tienen sus habitantes de no seguir conductas tendientes a conseguir una organización más estructurada y, por lo tanto, armónica.

Sin embargo hay sitios del país que son más caóticos que otros. Tal es el caso de Cartagena. Es muy posible que el desorden administrativo que emana de los todas las autoridades locales sea parte fundamental en esto. Realmente cuando se afirma, que este es un desorden muy bien organizado, se está hablando de una realidad donde lo evidente es que existe un desgobierno total.

Recordemos algo que es conocido por todos. Los permisos para los vendedores ambulantes, que tanto agobian a los turistas, tanto nacionales como extranjeros, salen de la Alcaldía de la ciudad. Es claro que la situación social de Cartagena no es para nada fácil. El sub empleo informal es el resultado de unas pésimas políticas estatales para proporcionar fuentes de trabajo seguro, un sistema de salud y seguridad industrial adecuado, con remuneraciones justas, prestaciones sociales y garantías de una vejez digna. Si a eso se le suma que acá llegan desplazados de muchas regiones del país, debido a la falta de oportunidades en el campo y a las situaciones de violencia común y política, que por varias décadas han caracterizado a la maltrecha sociedad colombiana.

Sin embargo, eso no debe ser óbice para que se reglamenten las ventas ambulantes y se organice el centro histórico, de manera que sea un sitio agradable para caminar tanto para propios como para extraños. Brindarles, por ejemplo, un sitio cómodo, que los resguarde de las inclemencias del tiempo, donde puedan vender sus artículos con tranquilidad, seguridad y orden y que los turistas o locales que quieran adquirir algo puedan hacerlo libremente, desplazándose a sitios pensados para eso, y se dejen de sentir presiones nada gratas. Hay que entender que reglamentar algo no es negar el derecho al trabajo sino hacerlo mucho más humano y, por lo tanto, más justo, incluyente y en condiciones que dignifiquen a todos los involucrados.

El ejemplo de las ventas ambulantes se repite en todos los demás aspectos de la vida cartagenera: en el transporte público, las filas en los supermercados, la atención de la salud, en la organización del sistema educativo de la ciudad, en la desorganización de las Fiestas del 11 de noviembre, el los deficientes servicios públicos, en la recolección de las basuras, en los pésimos drenajes de las calles… y esta lista podría volverse interminable. Pero lo más preocupante es que a los habitantes de Cartagena esto les parece normal porque: “Hay que tomarlo suave”. Me pregunto: ¿El tomarlo suave consiste en conformarse con una ciudad donde todo es un caos? ¿Hasta cuándo?

bottom of page