El día de la indagatoria del ex presidente y senador Álvaro Uribe Vélez en la Corte Suprema, terminé en medio de una “protesta social”.
Al lado del Palacio de Justicia había un grupo de 20 jóvenes que iracundos gritaban consignas desafiantes. En la esquina había un 'capucho' hablando por celular. Me tomé una selfie para que al fondo saliera él y de inmediato reaccionó de manera agresiva porque lo estaba fotografiando. Contesté que estábamos en vía pública, que con el trapo que le tapaba la cara era imposible identificarlo y que era un ejercicio legítimo de prensa. La respuesta fue un insulto y un empujón. Con tal recibimiento, valía la pena analizar la protesta.
El Palacio estaba rodeado por el ESMAD, la agrupación de la Policía especializada en el manejo de disturbios. Para ello, se protegen con armaduras, cascos y escudos pesados que hacen recordar a los gladiadores romanos. No portan armas distintas a la 'tolfa' o bastón y unos pocos tienen lanzagranadas de lacrimógenos. Ver la estoica firmeza de estos hombres y mujeres, su paciente calma y seguridad, es un ejemplo de disciplina y profesionalismo. Y sin alardes.
La calle del acceso principal al Palacio estaba cerrada con barreras y personal del ESMAD. Tomé la carrera 8ª y allí encontré una turba de unos 40 muchachos que no cesaba de lanzar improperios a diestra y siniestra. Los insultos aquí publicables son “cerdos”, “asesinos” y “paracos”.
Todo es calculado, preciso y muy agresivo. Un agitador da instrucciones megáfono en mano y coordina toda la dinámica del grupo, ordena los desplazamientos, cambia las consignas, sube y baja el tono de lo que corean. Alrededor suyo evoluciona el grupo principal, donde los que pasan de 25 años de edad son una excepción. Mientras ellos vociferan, los encapuchados salen, pintan grafitis, vandalizan el mobiliario urbano y regresan al grupo, pero jamás se acercan al ESMAD. Sus ataques son precisos y tolerados por los demás manifestantes. Incluso les celebran cuando logran obtener algún ribete de espectacularidad.
Decidí quedarme. Era una demostración pequeña que no anticipaba mayor gravedad, comparada con la de hace un par de semanas en la Universidad Pedagógica, donde iba de paso y terminé afectado por químico lacrimógeno.
Los colegas de prensa me dicen que los manifestantes deberían estar cansados, pues llevaban allí desde la mañana. Pero no se les nota. Sobre las 4:00 PM hay movimientos más agresivos y el ESMAD protege el acceso al sótano del Palacio, interponiéndose entre el grupo de protesta y el edificio. En medio de ambos se ven las chaquetas rojas de los delegados de Convivencia Ciudadana de la Alcaldía, que se apartan ante los ataques verbales y físicos.
En perfecto silencio, sincronización y sin violencia, el ESMAD se ubica en línea atravesando la carrera 8ª y avanza logrando el repliegue de los manifestantes hasta la esquina. La escena es hipnótica, digna de un campo de batalla clásico. De repente aparecen por la calle 11 algunas motos de la policía y el grupo de protesta retrocede aún más. Siguen coreando arengas y salvo algunos empujones, nunca hay un contacto fuerte.
A las 5:00 PM salen del sótano las camionetas donde va el Presidente Uribe. Algunos manifestantes logran colarse entre los periodistas que en la acera han estado filmando y charlando entre ellos -como si estuvieran en un evento cualquiera, son parte del paisaje- y el aire se llena de más gritos y agudos improperios. Cumplido ese rito, los manifestantes hacen un acto de burlesca despedida, desafiando a los “cerdos” a verse las caras en la próxima ocasión.
Tal ocasión sucede dos días después, al final de la marcha estudiantil. En la Plaza de Bolívar sí hubo bombas molotov, incendio y destrucción de mallas de protección de fachadas y un artero ataque con físico ladrillo contra un grupo de policías que se protegían sólo con escudo y casco. Al instante son reemplazados por el ESMAD que lanza cartuchos lacrimógenos y desalojan la plaza completa en tres minutos. No hubo muertos y todos los heridos fueron policías. Yo pregunto: ¿quiénes son los asesinos?
Al día siguiente, el ciudadano común afirma indignado que el gobierno “no hace nada” y exige represión con mayor dureza (hasta bala ofrecen), mientras algunos congresistas radican sendos proyectos de ley para limitar a la protesta social y castigar severamente el vandalismo. Al mismo tiempo, la izquierda vocifera exigiendo el desmantelamiento del ESMAD.
Otros proponen sacar al Ejército a la calle, pero ignoran que en situaciones de “tensiones y disturbios internos” la fuerza militar no puede actuar en el marco del DIH, por exclusión normativa expresa.
Estas manifestaciones hacen parte de una estrategia coordinada, financiada y entrenada para crear caos y desestabilización. Buen ejemplo son los 12 días de violentas asonadas en la apacible Quito, dejando un gobierno sin gobernabilidad, una ciudad arrasada, 1.340 heridos, 1.152 detenidos y una confederación indígena opositora políticamente fortalecida. Los manifestantes en éxtasis de triunfo se sacan selfies delante del edificio incendiado de la Contraloría, donde están archivadas las pruebas contra Rafael Correa, el nuevo asesor del sátrapa Maduro.
Diosdado Cabello ya amenazó con patrocinar algo similar en Colombia. Mientras tanto, 14 venezolanos permanecen detenidos en Quito con planos e imágenes que detallaban los lugares ideales para atentar contra Lenin Moreno. ¿Estamos preparados?