Diferentes reacciones han causado las recientes protestas estudiantiles, concretamente en la ciudad de Bogotá. Algunos se han solidarizado plenamente, otros las han rechazado por qué no las comprenden, no les interesa y simplemente las juzgan por las consecuencias que les ha traído en su cotidianidad; y otros las ha criticado por desembocar siempre en hechos vandálicos que no sirven ni siquiera a sus objetivos legítimos, sino que, más bien, las deslegitiman.
Lo interesante aquí, como en casi todo en la vida, es poder pensar realmente, y eso significa, como decía Alain Badiou, pensar lo real de la situación. Es decir, tratar de reflexionar tan lejos como sea posible de las ideologías, teniendo en cuenta el contexto dado, los intereses en juego y la mejor manera, o más bien, la más realista de alcanzar determinados objetivos en ese horizonte.
Creo que muy pocos se atreverían a negar la importancia de defender y fortalecer la educación pública, así como de defender el derecho que tiene cualquier ciudadano o grupo social a protestar y a manifestar públicamente su inconformismo o reivindicar sus derechos, mucho más si lo hace en nombre de una mayoría que por múltiples razones se ha vuelto incapaz de hacerlo. Hasta ese punto el movimiento estudiantil obra justificadamente, reclamando el cumplimiento de lo acordado el año pasado, expresando su rechazo a la corrupción en la administración de la educación pública y el sistema de financiación estatal y bancario que tiene endeudada a una buena mayoría en universidades públicas, y reclamando contra el uso desmedido de la fuerza en el caso del ESMAD.
Hasta ahí convergemos todos.
Lo que si debe decirse, con el mejor ánimo de contribuir al movimiento estudiantil, es que hay cosas que no se están haciendo bien y que deben repensarse para darle mayor alcance y fuerza. Lo primero es que, si la protesta se desborda en actos de violencia contra la policía y los bienes privados y públicos, y ello ha hecho que buena parte de la ciudadanía se aparte e incluso desprecie la movilización estudiantil, la solución para esto no es actuar de manera infantil, negándolo en contra de toda evidencia y acusando de cuanto no sale bien a policías infiltrados, a pesar de que en algunos casos ocurra. Cualquiera que haya tenido contacto con una universidad pública -yo cursé mi pregrado y mi posgrado en la Universidad Nacional, a la cual amo profundamente- sabe que esto es parte de la Universidad, por lo menos en el caso de las públicas: existen personas que han sido incapaces de comprender su realidad actual y con ello lo inútil y perjudicial del vandalismo, por lo cual persisten en los mismos discursos y prácticas de hace 30 años, con los mismos resultados desde luego.
Si es que no son la mayoría los que cometen desmanes dentro del movimiento estudiantil, debería este mismo ocuparse de controlar a esa minoría como una tarea de primer orden, en lugar de negar lo evidente o descargar la responsabilidad en entes estatales, afirmando como lo hicieron los líderes estudiantiles en La W Radio, que ocuparse de los encapuchados y los violentos no es su tarea. Debemos ser claros frente a una realidad concreta, aunque sea impopular: al final la mayoría del país, la que ve de cerca en las calles y de lejos en televisión lo que hacen y lo que causan estas protestas, aunque no parta de análisis muy profundos, los desprecia y no los acompaña.
Puesto que hay muy buenas razones para manifestarse, la comunidad estudiantil debe empezar por organizarse internamente y con seriedad. Debe acordar qué pasa, qué propone exactamente y por qué. Debe tener claro por lo menos qué es concretamente lo que los convoca en las calles, para que cuando los entrevisten no se escondan, no se tapen la cara, y no digan cosas tan pobres para personas de su nivel como que “todo es culpa de Uribe”, simplemente, o que “todo es corrupción”, “todo es está mal”, “todo es una mierda” o “estamos mamados”, como si no supieran donde están parados. Es una vergüenza ver a nuestros universitarios expresarse tan mediocremente sobre algo que a la verdad es tan fundamental. Sobre todo, ya que son los académicos de este país, iluminen a los demás, sean inteligentes, hagan pedagogía, sepan llegar al resto y ganárselo con razones y emociones.
Busquen las estrategias: en las calles y en los buses, en los medios, convoquen a todo el mundo a la discusión. Articulen algo como la MANE, que con todas sus dificultades funcionó y fue un gran ejemplo. En todo caso, no se queden en el infantilismo de posiciones tan vacías y voluntariosas. Ser estudiante universitario no es un blindaje moral que lo permite y lo excusa todo, es más bien una responsabilidad en el hablar y el actuar.