Para hablar de una maternidad feliz,
debe existir una paternidad responsable.
El valor de una madre no se reduce a la posibilidad de gestar una vida, parte del hecho de ser una persona que, independientemente, de su manera de ejercer la maternidad, con sus errores y aciertos, decide asumir uno de los retos más difíciles que existen: enfrentarse a los estereotipos sociales de una figura idealizada.
Porque, socialmente, ser madre implica un sacrificio enorme y una labor titánica, donde la mujer tiene que renunciar a su nivel de prioridad como persona, asumir la responsabilidad de ejercer una crianza positiva, de la que va a depender el desarrollo de un ciudadano ejemplar, de un delincuente o lo que es peor, de un macho.
Bajo la idealización de la maternidad, una mujer puede ser obligada a cargar en su vientre a un feto que fue producto de una violación, sin la libertad de ser partícipe de decisiones que le afectan de manera directa y personal.
En otro escenario, tiene que enfrentarse al rechazo y abandono de quien participó en la fecundación, aumentando las dificultades de una responsabilidad que debió ser compartida. Pero ella no puede renunciar, ya sea por sus ideales religiosos, por cumplir con las máximas con las que fue educada, por amor, por seguridad o por salud.
Habrá algunas que, después de una lucha interna, decidan que es mejor arriesgarse a la práctica de un aborto, que lidiar con el que dirán de las personas y el estigma de ser madres solteras. El riesgo del que hablamos, se debe, a una norma legal que penaliza esta práctica y las obliga a recurrir a métodos arriesgados, clandestinos e insalubres.
De una madre se espera, que eduque sin maltratar, que no descuide mientras trabaja, que por darle un padre a sus hijos y conservar una familia "perfecta", adopte una postura de sumisión, aguante malos tratos, humillaciones, que perdone infidelidades y renuncie a su derecho humano a una vida libre de violencia.
Si decide alzar la voz y exigir la responsabilidad paternal ante un juzgado, es acusada de alienación parental, de maltrato infantil, de no permitir convivencias, de invertir el dinero de la pensión en ella y sus amantes, como si se tratara de una fortuna. Para colmo de los males, debe enfrentarse a cómplices institucionales del machismo. Se le tilda de 'mamá luchona', se les pelea a los hijos e hijas, pocas veces por un interés real, la mayoría para llevárselos a la abuela paterna, que no conforme con haber recorrido todo el camino descrito o por lo menos algunas veredas, tiene que empezar de nuevo, renunciando a disfrutar o reposar su edad adulta.
Después de una separación, el pensar en retomar su vida sentimental, implica enfrentarse al temor fundado de exponer a sus hijos e hijas a situaciones de violencia sexual, el miedo de ser traicionada de nuevo. En este punto, es comprensible que elija el refugio de la soledad o el amor por sus iguales.
En este matiz maternal, también encontramos a las madres que enfrentan la tristeza de haber perdido a una hija o hijo por diversas circunstancias, entre ellas algunas tan repudiables como la misoginia y la desaparición forzada. Existen también, las madres de la diversidad sexual, lesbianas que con frecuencia son víctimas de discriminación o las que apoyan a sus hijos e hijas de manera incondicional; y las que permanecen alejadas de su familia: las madres migrantes y en reclusión.
Acotado el viacrucis, que podría ser tildado de superficial o radical, según la postura asumida, no es sorprendente que existan tantos niños y niñas en situación de calle o en Centros de Asistencia Social, que mamá se abandone a la drogadicción, enferme de ansiedad y depresión, que cada día sean más las mujeres que deciden renunciar a la "bendición" de convertirse en madres, o que decidan resignificar el sufrimiento y dolor en fortaleza, organizando movimientos sociales para exigir el respeto de sus derechos.
De una realidad como esta, cualquiera se cansa y protesta, por ello, el hombre tiene que dejar de exigir que sea la mujer quien asuma la responsabilidad de utilizar métodos anticonceptivos para no embarazarse, debe aceptar y asumir los retos que implica ejercer una paternidad responsable, comprender que la crianza y educación es una tarea conjunta, que una esposa no es una esclava, sino una persona con sueños, con un proyecto de vida, al que no tiene que renunciar.
Los principios del machismo cada día se vuelven más obsoletos, la tarea de hoy es deshacerse de prejuicios, renunciar a estereotipos y trabajar en la construcción de una masculinidad menos frágil, más humana, responsable y basada en la igualdad.
¿El conocimiento? Está a nuestro alcance. ¿Ayuda profesional? Existe. ¿Valoramos realmente la figura de la maternidad? Hagamos algo por mejorar. ¿Su situación no encuadra en alguno de los supuestos descritos? ¡Felicidades! Es usted una gran excepción a la regla, no se ofenda y que su vida continúe así.