La guerra además de muerte y ruina atrasa y retrocede en todo sentido la vida, se pierden los valores, la destrucción se convierte en el pan de cada día. Declarada o no, la guerra atenta contra la vida de todas las personas, son innumerables los traumas y dolores físicos, mentales y emocionales que millones de personas cargan consigo, producto de las aberraciones y atrocidades que en ella vivieron.
Promover actos, de la índole que sean, que conduzcan a la guerra, en todas sus manifestaciones, no son otra cosa que participar de movimientos destructivos cuyo interés generalmente apunta a lograr, a través de ellos, obtener beneficios particulares, principalmente económicos, pasando por encima de los demás, vulnerando sus derechos y discriminando a las personas por pertenecer a determinada raza, religión, ubicación o grupo social; creyéndose mejor o pretendiendo hacer ver a los otros que ellos son mejores y por lo tanto, privilegiados.
Son muchas las circunstancias que afectan al ser humano, las catástrofes y las enfermedades, a lo largo de la historia, han marcado épocas de duras crisis para la humanidad y en ellas la vulnerabilidad y las diferentes manifestaciones, buenas y malas, de la condición humana se han evidenciado.
La salud se constituye en prioridad, de ella depende la existencia o no, de las personas, por eso no hay posibilidad alguna de posponerla o arriesgarla; ante cualquier duda que la ponga en riesgo esta razón prima sobre cualquier cosa. La estabilidad económica no puede ser argumento convincente para promover el desorden que combata el aislamiento social al que hoy estamos abocados como principal acto de prevención, ante el terrible mal que amenaza nuestra salud y la supervivencia de las personas en el mundo.
Estamos frente a una emergencia, no se trata de una carrera por el que más tiene, si bien en los tiempos aciagos surgen comportamientos funestos y hasta peligrosos la verdad es que la adrenalina que ellos producen no resulta nada conveniente ante el peligro de perder la propia vida y arriesgar la de las demás personas. Y ¿de quién
depende? ¿Será responsabilidad de las autoridades? ¿de los anunciantes que incentivan al desorden con el fin de aumentar sus ganancias? ¿del aburrimiento que produce el estar encerrados? ¿de las ganas de trasgredir las reglas? ¿de la necesidad de compartir con otras personas? No, del grado de conciencia con que tomemos la existencia.
¿Queremos recuperar lo perdido y pasar de la oscuridad, la incertidumbre y el desasosiego que nos acompaña por estos días? Es necesario resistir con sabiduría, no se trata necesariamente de aprovechar la situación o de pensar y sentir que no esta pasando nada, tampoco de exigirse grandes resultados porque, según los medios de comunicación o la competencia que plantean las redes sociales, es necesario reinventarse y hacer de esta situación la oportunidad de alcanzar el éxito, cambiar el mundo y transformar la sociedad. Muchas pretensiones para una época crítica que demanda unión y aceptación del núcleo familiar, solidaridad con las personas más afectadas, y reconocimiento a quienes se sacrifican y exponen por los demás como mínimo.
Exigencias que requieren de gran estabilidad mental y emocional y, muy especialmente, sensibilidad y humanidad manifestada en amor propio y hacia los demás.