* A veces, tal vez muchas veces, es necesario hacer un alto y dejar que hable el corazón.
Hoy es uno de esos días. Te levantas en la mañana pensando que es lunes y con el corazón acelerado. Sabes que hay muchas cosas por hacer. Estás preocupado, aunque no deberías estarlo. Es imposible hacer todo en la jornada de un día. Pero aún así, sabiéndolo, pierdes preciosos minutos calculando cómo hacer rendir las horas. Después que has orado y cuando ya estás listo para comenzar con la rutina de ejercicios, tus pies vuelven a tocar tierra, te das cuenta que es sábado y no había necesidad de madrugar tanto.
El corazón calma sus latidos acelerados por unos más rítmicos. Lo puedes sentir en cada paso, en cada movimiento. La tonada cambia de un tun tun tun frenético de la ‘cardio-percusión’ –parecen tambores de fiesta-- y ahora la música que emana de tu interior es un jazz suave. Puedes cerrar los ojos y cada latido tiene vida. El corazón habla sin hablar.
Sí, hoy es unos de esos días en los que hasta escribir te resulta relajante, solo le das rienda suelta a tus dedos guiados por tu corazón. Tu mente está de vacaciones. Es día soleado en tu interior, aunque afuera esté lloviendo. Es mejor no pensar. Pandemia, coronavirus y cuarentena. Muertos, tragedias, lunáticos religiosos que asesinan creyendo que cumplen órdenes de su dios (sí, dios con ‘d’ minúscula). Capitalismo salvaje que pasa por encima de los demás. Guerras fratricidas que enriquecen a unos pocos. Calentamiento global, desastre ecológico.
Sí, hoy es uno de esos días. Mi mente está de vacaciones y sólo habla el corazón. No quiero pensar. Para qué pensar en esos locos que antes fueron soñadores, que antes tenían valores, un verdadero discurso, pero que han hecho de la utopía una herramienta para hacer dinero con la excusa de defender al pueblo. Mi mente intenta despertar, razonar, pero le pido que vuelva a su playa de ensueño, donde el murmullo del mar ahoga el llanto de los niños y el dolor impotente de las madres.
Apenas llevo 30 minutos de ejercicio montado sobre una máquina que me obliga a quemar calorías y el corazón se acelera de nuevo. Atrás quedó el jazz, la balada romántica, ahora embiste de nuevo con esa ‘cardio-percusión’ del tun tun tun. Para qué pensar en los ladrones de cuello blanco, políticos corruptos que roban el pan de aquellos que mueren por física hambre en los cuatro puntos cardinales de la tierra. Para qué pensar en las envidias entre hermanos, en los egoístas que matan los sueños.
Vuelvo a poner los pies sobre la tierra. No es lunes, recuerdo que es sábado y puedo dejar que mi corazón interprete una música más suave. Disfruto las notas del teclado acompañadas por el saxofón. Siento la brisa marina y el olor a salitre que llegan de un mar que solo existe en el recuerdo. Sueño, no dejo de soñar. Los grandes hombres que han dejado huella en este mundo han sido soñadores.
“Hoy --responde el corazón-- vamos a sonreír con los amigos, vamos compartir con la familia, vamos a orar por los que sufren”.
La rutina de ejercicios termina. Y ahora despierto en la cocina, envuelto en el aroma del café recién hecho. La mente intenta despertar para decir: “¡Ey, mucha cafeína!”, pero le recuerdo que está de vacaciones, le recuerdo que por hoy, solo por este día, el corazón es el que manda.
Mi corazón suspira mientras tomo un sorbo de café. Intento hablar, pero él –el corazón— es terco, testarudo. “Es mí día –dice—y quiero hablar”. ¿Puedes callar a un corazón emocionado? ¿Puedes callar a un corazón que llora y ríe al mismo tiempo? Este, el mío, es un corazón extasiado en el tiempo. Un corazón perdido en los límites de la cordura.
¡Ah, corazón loco el mío! Pero ¿sabes qué? El corazón es como los niños, dice verdades sin sonrojarse, no conoce respuestas políticamente correctas. Es un corazón que ama sin miedo y denuncia con valor. Hoy es uno de esos días en que le di vacaciones a mi mente y solo manda el corazón.
¿Qué vamos a hacer este sábado?, le pregunto. “Hoy --responde el corazón-- vamos a sonreír con los amigos, vamos compartir con la familia, vamos a orar por los que sufren”. Por un momento enmudece, parece suspirar emocionado. Luego continúa diciendo: “Este día es un día para apreciar lo simple y dejar a un lado lo complejo; pero sobre todo, es un día para decir verdades, para volver a soñar con lo puro y verdadero. Este es un día para ser solidario. Me gusta esa palabra, solidaridad”. Suspira profundo, y el corazón ahora enmudece.
Al despertar del domingo, quiero recordar ese gran sábado con infinita gratitud a Dios y con el deseo de seguir luchando. Recordando que aunque haya perdido muchas batallas, la victoria llega, es mía. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Toma un tiempo para darle vacaciones a tu mente y deja que hable tu corazón. ¡Qué bien se siente!
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