* La sensación de ser tan pequeños frente a la inmensidad de la naturaleza.
Al llegar a Cali, la expectativa por conocer uno de los sitios más mágicos de Colombia aumentaba mi ansiedad. Parecía enamorada, mariposas en la barriga, deseos que llegara la hora para subirme al avión rumbo a Guapi. En el aeropuerto, todo parecía extraño, ese vuelo no seguía los protocolos normales. Las maletas de mano siempre van en almacenamiento. Entendí luego que en los maleteros de ese avión era imposible que cupiesen. Nos hicieron esperar en una sala un poco improvisada, unas personas al lado de un pasillo y las demás al otro lado. Los sobrecargos nos llamaron leyendo nuestros nombres de una lista para verificar los pasabordos, pero no era para abordar. Me informaron que era para llamar por teléfono a los pasajeros que hicieran falta. Algo poco convencional para mí.
Mujeres bellas, vi muchas mujeres guapireñas, negras, me parecían imponentes. Luego supe que la mujer de Guapi es fuerte y echada para adelante y eso se nota en su garbo. Hubo una mujer en particular, adulta mayor, con una falda rosada y plisada, una blusa blanca y un sobrero guapireño, bordado de una manera excepcional, con bolados adornándolo. Se notaba el trabajo de una mujer con manos tejedoras ancestrales maravillosas. Obvio, busqué el mismo sombrero y lo compré para traerlo como un tesoro a Bogotá. Así, entre rolos blancos y simplones como nosotras, caleños y guapireños, es decir, acompañada de personas con buena energía, volamos para Guapi.
Al llegar a Guapi, todo fue mágico. No hay carros en las calles. El transporte es con motos de tres ruedas, estilo la India, como usan en Asia. Gente amable. Saben que el turismo es fundamental en su economía y eso mejora las condiciones de los turistas. Nos alojamos en “la casa del río”, un sitio bellísimo, lleno de color, arte, marimbas, mobiliario rústico pero moderno, era una mezcla distinta, pero que traía a la realidad de los sentidos un aroma de paz y tranquilidad.
Nuestra anfitriona Maggie era la magia de la casa. Mujer de edad media, con sus rizos canos, mirada profunda, casi desnudaba tu alma al mirarte. Es de aspecto suave, su contextura pequeña y menuda hacía un poco extraño que su presencia llenara de manera excepcional todos los espacios. Una mujer llena de historias, serenidad, amabilidad y, en especial, sororidad. Ella es acompañante de procesos sociales de mujeres de Guapi arriba, es decir, de la cabecera municipal hacia la parte alta del río. Estas mujeres se organizaron y crearon una microempresa de productos elaborados a base de plantas medicinales, orgánicos y con sabiduría ancestral. La casa del río está llena de productos, fotos e historias de mujeres en resistencia. Las mujeres guapireñas, ancestralmente sabias, llevan el sabor en su comida, en su caminar, en su baile, en la vida misma.
La travesía
Al día siguiente emprendimos la travesía, Luz Marina y Jhon Janio nos acompañaron. Son dos seres humanos excepcionales que la vida me permitió tener como hermanos del camino. Hoy, son los directores de ‘Destino Pacífico’, la agencia de viajes, y quienes tienen la concesión de la Isla Gorgona. Por supuesto, al ser personas maravillosas, comprometidas con lo social, lo ambiental y lo autosostenible, este destino es inigualable desde el mismo instante en que ellos asumieron el reto. La magia no solo está en el sitio que se visita. El entorno de quienes lo manejan es el que lo hace asombroso.
Desde Guapi, el viaje en lancha hasta la isla es de dos horas. En ese trayecto, la biodiversidad, la tranquilidad y la inmensidad del Océano Pacífico te hacen transportarte a un mundo distinto. Al llegar, el mar es cristalino, calmado. El único deseo que teníamos mi hija y yo, era que anclaran la lancha y lanzarnos al mar. Así lo hicimos.
Al ingresar al Parque Natural nos recibió una niña con mirada angelical que estaba en la taquilla. Parques Nacionales cobra una suma, a mi manera de ver muy baja, para el sostenimiento de los trabajadores de Gorgona, en su mayoría jóvenes biólogos dispuestos a aprender y a enseñar a quienes llegamos a la isla, así como a los guías. Se trata de personas muy amables y comprometidas con su trabajo.
La Policía Nacional requisa las maletas para evitar la entrada de bebidas alcohólicas, productos alucinógenos y productos en empaques no biodegradables que puedan afectar el ambiente. Amables y con una sonrisa en el rostro. Nos recibió Juan, el administrador de la concesión, un tipo amable, con una sonrisa en sus labios, palabras afectuosas y con una bienvenida calurosa. Al entrar, micos capuchinos aparecen entre los árboles, bajan curiosos, nos miran, corren y van hacia el restaurante donde nos esperan. La comida del lugar está preparada por mujeres guapireñas, condimentadas solo con hierbas del Pacífico colombiano. El sabor de cada plato exaltaba el amor con el que las mujeres de la cocina los preparaban. Simplemente delicioso. Almorzar rodeados de micos, pájaros y cantos de ballenas no tiene comparación alguna.
Las aguas que se encuentran en Gorgona son potables. Son agua de manantial. Sobre el camino de entrada se encuentra el paso de una quebrada donde los basiliscos, animales llenos de historia y los seres vivos más cercanos a los dinosaurios, parecen caminar sobre las aguas llenando el espacio de más deleite visual y de encanto mágico.
La magia no solo está en el sitio que se visita. El entorno de quienes lo manejan es el que lo hace asombroso.
Las ballenas jorobadas llegan al pacífico colombiano desde agosto. Pueden ser vistas con sus ballenatos hasta finales del mes de octubre. Este es uno de los mayores placeres que he tenido en la vida. La inmensidad del mar, la grandeza de las ballenas, sus cantos, sus saltos, su cola, los ballenatos y los aleteos constantes que llenan el agua de vida generan una sensación de plenitud. En la boca del estómago se hace un vacío, que por lo general se siente cuando hay mucha emoción. La sensación de ser tan pequeños frente a la inmensidad de la naturaleza. Ahí estábamos, en silencio, buscando el resoplido de una ballena y pidiendo al universo que alguna saliera a respirar, que saltara, que se sumergiera para que su cola aleteara contra el agua, que el ballenato jugara con su mamá e hiciera piruetas para poder deleitarnos con lo maravilloso de su magnitud. Es cuando entendemos que los humanos somos depredadores de la perfección de la naturaleza.
En la isla, usamos botas de caucho y medias de fútbol, lo que hizo más llamativo el paseo. Salir del confort y la comodidad citadina es maravilloso, romper esquemas.
La asombrosa Playa Yundigua
Playa Yundigua fue el primer recorrido que hicimos. Caminamos hora y media entre la selva. Nos acompañó como guía, un joven biólogo de la Universidad Nacional. Su apariencia bella, muy delgado, su rostro hermoso de barba poblada, pero muy arreglada; su voz dulce y muy comprometido con su trabajo, nos contestó cuanta pregunta le hicimos: Siempre propendiendo porque entendiéramos nuestro entorno. El grupo que nos acompañaba estaba integrado por jóvenes profesionales de distintas carreras, lo que nos permitió ver la selva, la naturaleza, la flora, la fauna y la historia que la envuelve, de manera holística. Es un viaje mágico durante el cual pueden observarse ranas venenosas, serpientes, lagartos, pájaros endémicos, diversidad de plantas, de distintas categorías. Sorprendentemente, toda la biodiversidad en una tierra roja arcillosa, lo que ratifica lo asombroso e inexplicable de existir de la isla.
Al llegar a la playa, que no tenía arena, si no que estaba llena de piedras pequeñas, nos entramos a caretear en un mar tranquilo y azul, y a pesar de que el mar en el fondo estaba un poco oscuro, por las corrientes que en ese momento estaban llegando, la diversidad de peces y corales hacía majestuoso el lugar.
Senderos hacia Playa Palmeras
El segundo recorrido se hizo a Playa Palmeras. Iniciamos desde el muelle, en lancha hasta otra parte de la isla. Ahí, realmente, comienza el viaje. Aunque fue más corto, el esfuerzo físico por el paso selvático es mayor. Se inicia un camino ascendente por los senderos llenos de tierra arcillosa y resbaladiza, hasta llegar al pico más alto de la isla, para iniciar un descenso en las mismas condiciones senderistas, hasta Playa Palmeras. Al llegar, una playa de arena hermosa, con un mar oleado, propio del Pacífico colombiano. Ahí, nuestro guía, un hombre negro guapireño, amable, dulce y dicharachero -Anselmo-, nos ofreció cocos y pipas (coco viche lleno de agua refrescante, el que se usa ancestralmente como suero de hidratación), que bajó directamente de las palmas de la playa.
El buceo en Gorgona es como ir a la mejor universidad del mundo a estudiar. Los mejores buzos del mundo van a tener esta experiencia en la isla, la biodiversidad, las ballenas, los tiburones tigre y tiburones ballena hacen de este lugar un punto perfecto para la práctica. Buzos expertos hacen cursos completos con certificación internacional, o pueden hacer un micro curso para iniciar el amor por el buceo.
Las ruinas de Gorgona
Por último y no menos impactante es la visita al penal, las ruinas que aún quedan de la cárcel Gorgona. Uno de los establecimientos que más historias de terror y violaciones de Derechos Humanos ha existido en Colombia. Al inicio, un letrero enorme con una reja que abre las puertas al establecimiento. A la entrada, una celda primaria y contiguo a este, un espacio de visita de abogados, que también era usada por los jueces para hacer las audiencias. La primera parte del establecimiento es la enfermería, donde muchos internos murieron a causa de enfermedades venéreas no tratadas, gangrenas, mordeduras de serpientes, entre otras enfermedades, que en otro espacio no debían ser mortales.
Continuamos hacia los comedores, los caspetes, lo que no difiere mucho de los establecimientos penitenciarios actuales, pero al entrar a los baños, se ve la indignidad con lo que eran tratados los internos, un hueco en la tierra, donde por debajo pasaban aguas que llevaban los residuos a un pozo séptico no muy lejano del penal, lo que hacia que los olores fueran nauseabundos, no había paredes, ni puertas, para ‘evitar’ agresiones sexuales.
El recorrido llega a las habitaciones, camarotes en madera, pabellones largos, oscuros, lúgubres, pero lo que más me impactó, fue el alambre de púas en la reja que daba al pasillo que dividía los pabellones y las celdas. En este momento me invadió una tristeza enorme y una sensación de desolación. Sin embargo, hay un último espacio donde las lágrimas y la tristeza me invadieron. El pabellón de aislamiento, cuartos aislados unos de otros, de no más de un metro cincuenta por un metro, con un planchón en cemento donde los internos dormían. Ninguna persona puede estirarse en ese espacio, con un hueco al lado, para hacer sus necesidades. Ahí mi fortaleza terminó y lloré por un rato, sintiendo el dolor y la desolación del lugar.
A pesar de tanto sentimiento, entrar ahí es mágico, como toda la isla. Poder sentir y compenetrarte con tu entorno es de uno de los sucesos más maravillosos que el ser humano puede tener.
Así, nuestro viaje de regreso a casa se llenó de emociones, historias, felicidad, nuevos amigos, lazos enormes con los viejos amigos, hermanos de la vida y, en especial, gratitud infinita por todo aquello vivido y sentido.
Destino Pacífico. Ahí es donde hay que viajar. Un mundo mágico, maravilloso, excepcional.
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