* A veces Dios hace su obra de manera imperceptible.
Vivimos en un mundo agitado en el que la constante es estar en movimiento, no detenerse. Pareciera que la máxima es: “El que se detiene pierde”. El sistema nos empuja a producir, producir y seguir produciendo, aunque esto implique morir en el proceso. ¿Pero es esto lo que realmente quiere Dios? ¿Es esto lo que necesitamos?
En medio de esta sociedad de consumo, un momento de quietud, un tiempo a solas para reflexionar, para retomar fuerzas, es regularmente visto como pérdida. Es que esa voz interna parece gritarte: “Si paras, si te detienes, no produces y si no produces no avanzas”.
Vale, entonces, la pena preguntarse: ¿Estar callado, en silencio, reflexionando, es en realidad una perdida de tiempo? ¿Es cierto que dejamos de ganar, de producir, cuando nos quedamos quietos y en silencio?
La Biblia nos relata en el primer libro de Reyes un pasaje en el que Elías está tratando de ver la presencia de Dios, sentir su poder y escuchar su voz. En el relato Dios le ordena que se levante, salga y espere.
“Entonces El dijo: Sal y ponte en el monte delante del Señor. Y he aquí que el Señor pasaba. Y un grande y poderoso viento destrozaba los montes y quebraba las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, el susurro de una brisa apacible” (1 Reyes 19:11-12 – Biblia de Las Américas).
Muchas veces creemos que Dios está en el ruido, en las grandes multitudes, en los estadios. Y buscamos su presencia en medio de nuestra vida agitada. Buscamos a Dios sin hacer un alto, pero el afán, el bullicio, no nos deja ver su presencia y escuchar su voz.
Buscamos a Dios única y exclusivamente en episodios sobrenaturales, le buscamos en los milagros, tratamos de encontrarlo solo en “los panes y los peces”. Y no es que Dios no puede estar en esto, sino que limitamos su poder y su presencia solamente a esos escenarios de “experiencias religiosas”. Pero a veces —muchas más veces de lo que creemos— Dios está en lo simple, en la pausa, en la soledad.
Elías pudo sentir, oír y apreciar a Dios en “el susurro de una brisa apacible” (léase en la pausa, el silencio y la quietud, no en el estruendo). ¡Cuánta falta nos hace ese silencio, esa pausa, esa quietud en el corre-corre de nuestra vida diaria, en el estrés que aniquila a tantos!
Es difícil para los traductores bíblicos traducir del hebreo esto. Porque ¿cómo podríamos traducir el sonido del silencio? La traducción sería algo así como “el sonido de una suave quietud”.
Durante un viaje a Colombia, mientras dejaba el ruido de la ciudad y me internaba en una montaña, pude oír y apreciar el suave murmullo de un riachuelo de agua pura y transparente cayendo por la ladera. ¡Qué paz se puede sentir ante ese espectáculo natural que te ofrece una pausa fuera del bullicio de la ciudad!
¡Qué difícil es esperar que Dios obre en su tiempo y a su manera! No es como yo quiero o me parece, sino como Dios quiere y es mejor para mí.
Pero volvamos al pasaje bíblico del primer libro de Reyes. Cuando Dios se le apareció a Elías, después que este huyó de Jezabel y se encontraba en medio de una depresión suicida, lo invitó a salir de la cueva (de la miseria, de la zona de comodidad) y a ponerse en pie. Y luego le dijo espera (¡cuánto nos cuesta esperar!) “porque mi presencia pasará junto a ti”.
Escuchar el mandato de Dios debe ir seguido de obediencia. Pero (y esto puede ser interesante y paradójico) a veces obedecer implica esperar, quedarnos quietos. Y es que cuando recibimos la orden de ponernos en pie asumimos que es para marchar, para movernos, pero no, en este caso la orden es ponerse en pie para esperar.
¡Qué difícil es esperar que Dios obre en su tiempo y a su manera! No es como yo quiero o me parece, sino como Dios quiere y es mejor para mí.
En aquella ocasión Dios no se apareció de las formas en que se había manifestado en el pasado. No estaba en el viento, como en el caso de Job. Ni en el terremoto, como cuando entregó los diez mandamientos en el Monte Sinaí. Ni tampoco en el fuego, como en la zarza ardiendo que vio Moisés. A Elías se le reveló en “un suave murmullo”.
En medio de tanta tragedia, tanto miedo y estrés vale la pena saber esto: el silencio después del caos, tanto para Elías como para nosotros, se encuentra lleno de la presencia de Dios.
Dios le habló a Elías desde el silencio. Necesitamos hacer pausas en nuestra vida diaria, tiempo para apartarnos, tiempo de quietud, tiempo de reflexión, tiempo para escuchar a Dios en el silencio apacible, en el murmullo suave del viento.
A veces Dios hace su obra en nosotros de manera imperceptible, sin grandes estruendos, sin público, de manera sosegada. Debemos estar en silencio, en intimidad para ver lo que Él está haciendo en nosotros. En medio de tu vida agitada recuerda hacer una pausa para escuchar a Dios.
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