* ¿Será posible arrojar algo de claridad sobre este tema?
Actualmente, referirse con certeza a la política parece un imposible o, cuando menos, un absurdo, en medio de la lluvia de opiniones, ideologías y sobre todo de un perspectivismo todopoderoso que ha excluido, al parecer, la lógica, la estadística y cualquier fundamento axiológico, moral o técnico.
Todo puede ser, todo es aceptable y cualquier rumbo elegido, aunque determine el de los demás, se puede justificar. No se aceptan referencias ni brújulas que puedan señalar un norte y que permitan valorar o juzgar con plena autoridad tal o cual acontecimiento.
En este horizonte difícil, oscurecido aún más por la polarización en la que el país está hundido desde hace varios años, se hacen los análisis sobre el ejercicio del gobierno en Colombia. ¿Será posible arrojar algo de claridad sobre este tema, apelando al sentido común, a la historia, a los argumentos y romper así de alguna manera esta atmósfera de emociones, reacciones y justificaciones? Vamos a intentarlo brevemente.
Durante toda la historia y hasta hace muy poco, en Oriente y en Occidente, incluido nuestro mundo precolombino, el ejercicio del poder y su administración estaban condicionados por ciertas capacidades fundamentales que a la vez legitimaban el gobierno. Estas capacidades estaban relacionadas con la espiritualidad, la guerra, la experiencia, el conocimiento etc., y se reflejaban, en la práctica, en el progreso moral y material de cada pueblo.
El ejercicio del poder estaba condicionado por ciertas capacidades fundamentales que a la vez legitimaban el gobierno.
Para este fin, en las tres formas generales de gobierno que menciona Polibio: -La monarquía, la aristocracia y la democracia antigua- y todas sus iteraciones, se esperaba por igual que los hombres mas capacitados en cada materia, certificados por el tiempo, el esfuerzo y los resultados, tomaran el control del Estado en sus diferentes áreas. En este principio elemental estuvieron de acuerdo los hombres por milenios, así como en que la búsqueda de la virtud, el orden, la belleza y otros valores como la disciplina, el sacrificio, la nobleza, el heroísmo, etc., debían ser el objetivo de todo ser humano y en tal sentido del ejercicio del gobierno.
Esta forma de concebir la política, el sentido y los fines de la política, contradice la administración del Poder basada en el activismo, la ideología -tal como la concebía Marx-, la improvisación, el desprecio por las cifras, el relativismo, etc., que a fin de cuentas se resumen en la suplantación de la razón y la ciencia por el engaño y las emociones exacerbadas.
Oponerse a ello no debe suponer entregarse a los vicios de la tecnocracia ni de la plutocracia, mas bien, volver a los fundamentos más elementales que el hombre mismo a lo largo del tiempo en diferentes culturas mantuvo, con éxito, como pilar de la organización social.
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