* El dilema de los colombianos, con las tetas de las mujeres.
Me gusta nadar, lo hago bien, lo disfruto y voy regularmente a la piscina. Para ir, obvio, voy sin maquillaje, en ropa deportiva, sin joyas y en especial sin brasier. Un pantalón deportivo, con tenis y una camiseta sin mangas de algodón, para poder de manera rápida ponerme el vestido de baño y poder disfrutar una merecida hora para mí. Dos trabajos, una hija, el consejo del conjunto y el sindicato de mi empresa, extenúan a cualquiera. En el agua, generalmente, se organizan las ideas para las columnas que comparto en este espacio.
Un día, al llegar a la piscina, me encontré con una gran empleada del club, con quien tengo una excelente relación, una mujer de apariencia fuerte, pero una dulzura de persona. Ella me hizo la charla y en ella, me hizo el comentario que las mujeres al estar en el club, debían usar brasier. Miré mi torso y me di cuenta que mis pezones estaban parados, seguramente por el frio -son muchas las razones por las cuales eso puede suceder-, realmente mi reacción fue reírme, hacer algún comentario feminista, incómodo para mi interlocutora, e irme a la piscina mucho más feliz que de costumbre -me pasa cuando incomodo a alguien por mis posturas libertarias-.
Espero llamar la atención sobre lo natural del seno femenino, y solidarizarme con las mujeres lactantes estigmatizadas por un acto natural y hermoso y con las mujeres con cáncer de seno.
Al entrar a la piscina hice consciente el hecho que los hombres no cubren su torso, que tienen tetas como nosotras y que sus pezones se paran como los míos, pero es socialmente aceptado -aunque los míos estaban cubiertos con una franela-. Al pensar en ello, llegué a la conclusión que ni siquiera son las tetas las que asustan a la sociedad colombiana, son los pezones. Si vas a la playa en un bikini, la mayoría de las tetas están afuera, pero los pezones no, es decir los colombianos tenemos problemas con los pezones femeninos. No he logrado entender si es la forma, el color, lo que representan o la carga sexual que les ha impuesto.
Ese simple hecho, hizo remembranza de mi lactancia. Le di leche materna a mi hija hasta el año y ocho meses de edad, es decir, ya grande y con dientes. Un día, en un restaurante en la ciudad de Bogotá, la capital del país, estaba almorzando con mi mamá y a mi hija le dio hambre, saque el seno para alimentarla, cuando uno de los meseros me pidió que me tapara, porque a un señor en otra mesa le 'molestaba' ver mi teta afuera. Por supuesto, mi respuesta inmediata fue, que, si le molestaba, se cambiara de puesto, diera vuelta a su silla o simplemente no me mirara. ¿Pero cuántas mujeres tienen la valentía de hacer esta afrenta feminista y sorora? Las mujeres toman la manta, se tapan y no disfrutan el rato por una estigmatización social, a un comportamiento natural de todos los mamíferos.
En otras latitudes, estar en la playa sin brasier es natural, lo llaman toples, del inglés topless «sin la parte superior», común y poco sexual.
Los pezones de hombres y mujeres son muy parecidos, pero la carga sexual y de pecado que hay en los de las mujeres ha nublado temas tan sencillos como el principio de la vida, la lactancia, el cáncer de seno, la naturalidad del cuerpo. Recordar a nuestras madres, esposas e hijas, quienes también tienen tetas y no las sexualizamos.
Con esta columna espero llamar la atención de todas las personas sobre lo natural del seno femenino, y solidarizarme con las mujeres lactantes estigmatizadas por un acto natural y hermoso y con las mujeres con cáncer de seno, que pueden perder una de sus tetas o ya las perdieron y que siguen resistiendo a pesar de la adversidad.
¡Que vivan las tetas! Como las quieran llevar...
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