* Estamos siendo adiestrados en un feudalismo democrático.
Somos partículas en el infinito, efímeros en el tiempo, pero en el instante en que existimos somos cada uno un universo.
Venimos de amores e ilusiones, de creencias y de enigmas, de sabores y colores, de mentiras y de risas, de odios y verdades, de tempestades y de incendios, de pensamientos y corrientes que nos determinan y nos marcan con realidades trascendentes o vacías que se quedan en la emoción, la razón y la conciencia.
Son asombrosos los seres humanos, con inquietudes y volcanes adentro que explotan en relaciones complejas. Desde el amanecer de los tiempos, unos deciden ser mejores, otros se equivocan y todos salimos perdiendo, están los locos que para bien y para mal sacuden este mundo, y existen un montón de tibios que jamás se han comprometido con nada.
Compartimos un territorio, un tiempo, unas circunstancias, con la miseria, la resignación y el abandono. Alternamos con un prójimo que existe pero no vive, son millones que sin el sustento justo se desmoralizan, que por supervivencia se convierten en cualquier cosa.
Ante la ley, todos tendríamos que ser iguales, pero ni las teorías del Capitalismo se cumplen, las que explican que no se deben imponer los monopolios, que no pueden existir los privilegios para grupos de oligarcas y burócratas, ni los favoritismos de normas excluyentes que son los que estimulan la pobreza.
La estrategia: hacen lo posible para que sintamos terror por las alternativas.
Estamos siendo adiestrados en un feudalismo democrático. Por codicia y ambición, seres diminutos y clanes poderosos valiéndose de la división y el egoísmo, de la amnesia y la ceguera, de la pasividad y la apatía, someten a un pueblo gigante pero ignorante y conformista.
La estrategia: hacen lo posible para que sintamos terror por las alternativas, obligan a apreciar como de una peligrosa categoría a quienes intentan cambiar el estado de cosas, asesinan a los que reclaman sus derechos.
Con argucias infames imponen una mecánica perversa: la Ley a costa de la Justicia.
Nuestra violencia es la confirmación de los errores, un sistema carcelario que nos deja encerrados a víctimas y victimarios.
La corrupción es la derrota de cualquiera que se rinda ante las oportunidades “torcidas” que nos brinda a todos alguna vez la vida.
La historia nos enseña que son inevitables los grupos dominantes en cualquier sociedad, bajo el sistema que sea, que después de las revueltas todo vuelve a su cauce, que la valentía en estos casos no sirve para nada.
Podremos soñar con el progreso cuando por fin todos entendamos que la función del poder no es la opresión sino el servicio, que se precisa antes que la estabilidad, el equilibrio…
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