* No saber a dónde vamos produce ansiedad, miedo, terror. Pero conocer al destino trae paz al corazón.
Hay dos tipos de pasajeros en los aeropuertos: los que tienen un vuelo confirmado y una tarjeta de embarque, y los que están en lista de espera. Los primeros, respiran tranquilos, tienen una hora de salida, una silla asignada, conocen su itinerario. Los segundos, viven en una angustiosa espera, sin saber si habrá vuelo disponible y sin la certeza de que podrán viajar.
¿Qué tipo de pasajero eres tú? ¿Conoces el destino? ¿Tienes el tiquete, tu paso a bordo? No saber a dónde vamos produce ansiedad, miedo, terror. Pero conocer al destino trae paz al corazón.
He estado muchas veces en los aeropuertos y conozco las dos circunstancias. Recuerdo hace más de una década en Miami, era de noche y esperaba un espacio en un vuelo que pudiera llevarme a Santiago de Chile, y luego desde allí tomaría otro vuelo hasta Córdoba, en Argentina. ¿Puede imaginar la situación? Un total de 15 pasajeros esperando un asiento en un vuelo con sobrecupo.
Situación similar a la anterior me sucedió mientras esperaba un vuelo en Costa Rica para viajar a Colombia. Para ese entonces vivía en mi país y quería regresar cuanto antes a mi tierra. ¿Cómo se puede descansar si no se tiene el cupo asegurado en el último vuelo a casa? Muchas personas no lo tienen. Muchos cristianos tampoco. Viven con una profunda ansiedad acerca de la eternidad. Creen que son salvos, esperan ser salvos, pero aún dudan, preguntándose: ¿Soy realmente salvo?
Max Lucado en su libro Gracia dice: “Esta no es una sencilla pregunta académica. La hacen los niños que aceptan a Cristo. La hacen los padres de hijos pródigos. También la hacen los amigos de los descarriados. Sale a la superficie en el corazón de quienes luchan. Se filtra en los pensamientos de los moribundos”.
¿Qué pasa cuando olvidamos nuestros votos a Dios? ¿Se olvida él de nosotros? ¿Nos pone en una lista de espera? ¿Qué pasa cuando pierdes la comunión con el Padre? ¿Te conviertes en un paria espiritual? ¿Qué pasa cuando te equivocas y fallas? ¿Dejas de ser hijo? Se ha escrito tanta teología sobre el tema, que muchas veces confunde hasta los más fieles creyentes.
¿Qué pasa cuando olvidamos nuestros votos a Dios? ¿Se olvida él de nosotros? ¿Nos pone en una lista de espera? ¿Qué pasa cuando pierdes la comunión con el Padre?
Max Lucado continúa diciendo: “Y es que nuestra conducta nos da motivos para cuestionarnos. Somos fuertes un día, pero débiles al siguiente. Dedicados una hora, pero flojos la subsiguiente. Hoy somos creyentes, mañana incrédulos. Nuestras vidas reflejan las curvas, subidas y bajadas de una montaña rusa”. Si seguimos esta dinámica, una persona estaría salvada y perdida varias veces al día.
Este no es el plan de Dios. Sin duda él traza la línea. Pero la traza por encima de nuestras propias circunstancias y altibajos. El lenguaje de Jesús no puede ser más fuerte: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás (en otras palabras, por toda la eternidad nada los destruirá), ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28).
Jesús prometió una nueva vida que no puede perderse ni se acaba. “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
La salvación que llega y se va no aparece en la Biblia. Las Escrituras no contienen ejemplos de una persona que fue salva, luego se perdió, después fue salva otra vez y luego se pierde de nuevo. Donde no hay seguridad de salvación no hay paz. Cuando no hay gozo, nuestras vidas están basadas en el temor.
2 Timoteo 1:12 dice: “Sé en quién he creído, y estoy seguro de que tiene poder para guardar hasta aquel día lo que le he confiado”. La salvación no depende de mis buenas intenciones, de mis mejores obras. Tampoco de mis sacrificios y mis votos. La salvación, esa de cual habla la Biblia, depende única y exclusivamente de Dios. Es Dios autor de salvación, no el hombre.
Hay quienes quieren agregarle al acto consumado de Cristo en la cruz un poco de su propia cosecha, lo hacen tal vez para sentirse bien con sus conciencias, pero eso –aunque tenga buenas intenciones-- no es bíblico. La Biblia dice: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12).
Esto es lo que recordamos cada vez que celebramos la Santa Cena, cada vez que leemos la Biblia. Recordamos que él molido fue por nuestras rebeliones, que el castigo de nuestra paz fue sobre él. Recordamos que el justo murió por lo injustos. Recordamos que el que no conoció pecado, por nosotros se hizo pecado. Recordamos que estábamos muertos y separados de Dios, pero su gracia nos alcanzó.
El apóstol Pablo lo resuelve de una manera magistral: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Jesús murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
Si has recibido a Jesús como tu Salvador, tú tienes un tiquete para viajar a casa (el cielo). Jesús es tu camino, tu verdad, tu vida (Juan 14:6). ¿Por qué sabes que eres salvo? Porque Cristo pagó el precio de tus pecados y tú le has reconocido a él como Señor y Salvador de tu vida. Depende de él, no de ti. Descansa en Su gracia.
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