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SERRAT

* Sus vocablos encierran una admirable sencillez y, al mismo tiempo, trasmiten la esencia de la existencia humana.

La poesía ha sido mi pasión desde muy niña. En las sesiones solemnes de la primaria siempre me escogían para recitar. Era muy tímida, pero salir a declamar me permitía desinhibirme por completo. Entonces me transformaba y el escenario se hacía pequeño. Mi mundo adquiría la dimensión de todo el Universo.

A mi abuelo paterno Juan Antonio, mi tío Oscar y a mi padre les gustaba leer en voz alta. Sus voces graves, sonoras y expresivas me cautivaban. Mi papá y su hermano recitaban a García Lorca. Aquello era un mundo lleno de posibilidades expresivas para mi mente amante de la lírica española. Fue así como comencé a interesarme por las generaciones de poetas hispanos que surgen en la primera mitad del siglo XX y que, sin duda alguna, marcan un hito donde los hombres y mujeres del común son protagonistas de esa cotidianidad que se vive en países convulsionados por el hambre, la falta de oportunidades, la desigualdad y ciertos prejuicios discriminatorios. Esa realidad era nueva para mi, pero que me enseñó que el mundo no era tan plácido y equilibrado, como lo eran las paredes de mi casa. Para entonces, ya había decidido que quería dedicarme a escribir poesía.

Llegué a mi pubertad y seguía devorando poesía a diario. Un día oí a un joven catalán cantando “Tu nombre me sabe a yerba”. Su voz me pareció mágica y comencé a seguirlo con esa pasión propia de las adolescentes. Tenía una imagen muy varonil y romántica. Ese español, que me quitaba el aliento, se llamaba Joan Manuel Serrat.

Serrat consigue trasladarnos a un tiempo y un espacio, donde la comunión íntima entre la sensibilidad de la piel y la realidad cotidiana, se funden en un abrazo atemporal.

Poco tiempo después aparece la musicalización de los poemas de Machado. Aquello fue una especie de epifanía para mí. Había leído poco su poesía y, por lo tanto, iba descubriendo una nueva música que emergía de las palabras de alguien que, como pocos, conocía a profundidad el lenguaje de la vida que todos transitamos a diario. Sus vocablos encierran una admirable sencillez y, al mismo tiempo, trasmiten la esencia de la existencia humana con pensamientos claros, sin mayores ambages y, especialmente, llenos de la sabiduría de un espíritu sensible y muy observador. El poeta sevillano traslada a sus lectores a la reflexión sobre cada uno de los pasos que se dan a diario para ser personas en toda la extensión y significación de esta palabra.

Serrat consigue, con su voz y su guitarra, trasladarnos a un tiempo y un espacio, donde la comunión íntima entre la sensibilidad de la piel y la realidad cotidiana, se funden en un abrazo atemporal. Seguí escudriñando en sus canciones y todas ellas me llevaban a una estética musical impecable. Palabras escogidas con esmero y versos que se recuerdan muy fácilmente. La calidez propia de los pueblos mediterráneos, con su vocación marinera, un sentido de la vida entre despreocupado y explorador de sitios lejanos se presenta con toda claridad una forma de vida especialmente atrayente, propia de los espíritus libres.

Esa libertad se hace aún más manifiesta al cantar la lírica de Miguel Hernández. Los poemas del valenciano reflejan los días de una España llena de dificultades y sumida en una guerra fratricida, donde lo que prima es la violencia en contra de los más débiles, tratando de sitiarlos a través del hambre.

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