* No en vano, Jesús nos dijo que somos las luz y la sal de la tierra.
A veces queriendo ser muy espirituales olvidamos el componente social del evangelio. Predicamos mucho, pero aplicamos poco. Olvidamos extender la mano para ayudar al necesitado, al que sufre. Perdemos la perspectiva de Jesús quien mostró compasión por el dolor ajeno.
No falta quien se moleste un poco —y es bueno que así sea— y me diga: “Pastor, pero es que la parte central del evangelio es traer almas a los pies de Cristo, es presentar las buenas nuevas para que los perdidos alcancen salvación”. Mi respuesta es un rotundo sí. Pero, debemos proclamar el evangelio al tiempo que extendemos la mano amiga. Es importante hacer lo primero, sin dejar de hacer lo segundo.
No en vano, Jesús nos dijo que somos las luz y la sal de la tierra. Al encargarnos la gran comisión, el trabajo de llevar el evangelio hasta lo último de la tierra, nos recordó que somos testigos de su gloria. Y nos nombró embajadores, representanes de su reino.
Dios nos hizo un llamado personal —y colectivo como iglesia— para que seamos las manos de Jesús, para que seamos los pies que llevan esperanza a nuevas tierras. El mensaje del evangelio es libertador, es la verdad que rompe cadenas y trae paz al corazón atormentado.
El evangelio es la voz que proclama libertad a los cautivos, el toque sanador que da vista a los ciegos. Nosotros, la iglesia, somos la mano amiga que toca con el amor de Dios y levanta a los quebrantados de corazón. Tu y yo hemos sido llamados a predicar el año agradable del Señor.
Jesús tiene compasión por el necesitado, él trae consuelo al que sufre.
Pero si tu hermano tiene hambre y tú, haciendo gala de tu espiritualidad ‘externa’, le dices voy a orar por ti, pero no le das nada de comer estastarías 'pisotenando' el mensaje que proclamas. Es necesario hacer las dos actividades. Ora por él, y dale un bocado de lo que Dios te ha provisto a ti. Que tu evangelio sea práctico y no gaseoso, etéreo. Rompe con el molde de la religión.
Santiago en su epístola dice: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santigo 2:15-17).
Santiago nos está diciendo que las obras tienen mérito de salvación, pues alguien que haya leído y meditado la Biblia sabe que la salvación es un regalo de Dios. Somos salvos por gracia. El pago lo hizo Jesús en la cruz. El apóstol Pablo enfatiza que no es por obras “para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Es Jesucristo el camino al cielo.
¿Qué es lo que está diciendo entonces Santiago? Está diciendo que la verdadera fe que salva produce obras. Que como resultado de poner tu fe en Cristo, como resultado de tu salvación, ahora reflejas el rostro del Maestro en tus obras. Somos su voz, sus manos, sus pies.
Santiago está diciendo, si tu fe es genuina muéstramelo con tu compasión, con tu sesibilidad social, con tu solidaridad con tu prójimo. Si eres salvo, debes ser un buen embajador, y un buen embajador de Cristo comienza por ser un buen papá o mamá, un buen amigo, un buen vecino.
Hablando de lo que hacemos por los necesitados de este mundo, Jesús dijo: “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mateo 25:35-36).
Y aquellos que, con sus buenas obras, pusieron su fe en práctica responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” (Mateo 25:37-39).
Me toca el corazón, la respuesta de Jesús: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”.
Jesús tiene compasión por el necesitado, él trae consuelo al que sufre. ¿Hacemos tu y yo lo mismo? Quiero invitarte a ser solidario en tu fe. Solidario con la familia de la iglesia, pero también solidario con tu prójimo en general. ¿Y quién es mi prójimo? Mi familia, el vecino, un amigo, el compañero de trabajo, el que está a tu lado. En esto se resume toda la Escritura: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Bendiciones.
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