* El Padre Nuestro, para hablar con Dios en el espíritu y con el entendimiento.
¿Cuántas personas conocen esa oración modelo llamada el Padre Nuestro? Con seguridad millones o más que millones. A través de los siglos, esas palabras han sido usadas con devoción, con esperanza, con fe sincera para acercarse a Dios. Sin embargo, otros —multitudes tal vez— las repiten de manera mecánica, sin detenerse a pensar en el significado de lo que quiere decir. Veamos, pues, cómo hablar con Dios en el espíritu y con entendimiento.
¿Por dónde comenzar, entonces? Comencemos por el principio. Cada vez que nos acercamos a un texto bíblico, es importante entender el contexto. El pasaje principal que usaremos para este fin es el que registra el evangelista Mateo en el capítulo 6 y versículos del 9 al 13, pero vale la pena ir un poco más atrás para ver a Jesús hablando de un tema crucial en la vida cristiana, la oración.
Al comenzar el capítulo 6, en el contexto del Sermón del Monte, el maestro pasa de hablar de la limosna como una marca de la compasión y la generosidad cristiana, al punto de cómo debemos hacerlo, explica que no lo hacemos para ganar aplausos de la gente, y entonces aclara: “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.
Y antes de eso, al final del capítulo 5 del Evangelio de Mateo, Jesús estuvo haciendo énfasis en la ley del amor. En ese momento, el auditorio trataba de asimilar esta enseñanza que iba en contravía a mucho de lo que hasta ahora habían aprendido. El maestro les dijo: “Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.
Oyendo a Jesús en el Sermón del Monte —y uso para esto en el presente histórico— estamos frente a una verdadera revolución, la revolución del amor de Dios. Y es que el mensaje es subversivo, vino a subvertir el orden establecido no solo en lo político y social, sino también en lo religioso. ¿O puede haber algo más subversivo que decir que los ladrones y las prostitutas irían primero al reino de Dios que muchos líderes religiosos? Jesús está dejando por sentado las leyes del reino, ese reino que ahora está cerca con la encarnación del Hijo de Dios que vino a redimir a la humanidad de sus pecados.
El Maestro comienza diciendo que cuando oremos no seamos como los hipócritas que ponen su atención en que los demás los vean.
Así llegamos al capítulo 6 en el que Jesús habla de la importancia de la comunicación –léase oración-- para alcanzar intimidad con Dios. Porque, no olvidemos, orar no es otra cosa que hablar con Dios. Así que frente al Padre dejemos a un lado los argumentos, la sicología y simplemente abramos el corazón.
El Maestro comienza diciendo que cuando oremos no seamos como los hipócritas que ponen su atención en que los demás los vean. Y agrega, “y orando, no uséis vanas repeticiones (…) pensando que por tanta palabrería serán oídos”. Al llegar al versículo 9 del capítulo 5, entra a darnos un modelo de oración que nos sirve como base al dirigirnos a Dios.
Ahora Jesús dice: “Vosotros, pues, oraréis así” (vamos a tratar de desglosar esta oración modelo por partes para hacer un acercamiento a su significado):
“Padre nuestro que estás en los cielos”. Cuando oramos debemos tener claro quién es Dios y quiénes somos nosotros. En esta parte de la oración nos muestra a Dios sentado en su trono, nos deja ver a un Padre soberano que gobierna, que no ha perdido el control, nos deja ver al Todopoderoso que ofrece confianza a nuestras vidas, porque además de creador es sustentador del universo. Y en su omnipresencia está en el trono, pero al mismo tiempo está con cada uno de nosotros.
“Santificado sea tu nombre”. Al saber que en oración nos dirigimos a un Dios que es santo podemos tener confianza. Estamos hablando con un Dios que no cambia. La perfección de Dios nos lleva a refugiarnos en su gracia. Él es santo y cuando entregamos nuestra vida a Él nos aparta para su propósito eterno. En la encarnación se hizo semejante a nosotros, pero nunca cometió pecado, dice la Biblia.
“Venga a nosotros tu reino”. Cuando Jesús vino a este mundo, el reino de los cielos se acercó (Mateo 4:17). Y el reino de los cielos, aunque tiene un significado futuro en el gobierno de Cristo, es también un reino que se proclama con el evangelio y se instaura en cada corazón que rinde su vida a Jesús. Pero este deseo en la oración va mucho más allá, es reconocer el reinado de Dios en cada uno de nosotros.
“Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta. Vale la pena orar en esta dirección, pues sus planes son mejores que los nuestros, aunque a veces no lo entendamos. Cuando oramos así, reconocemos la autoridad y el gobierno de Dios y nos sometemos a Él.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Es fundamental esta parte del Padre Nuestro si queremos acabar con nuestra ansiedad. ¿Por qué? Porque nos recuerda que Dios es proveedor, y que no nos da todo lo que pedimos, pero siempre nos da todo lo que necesitamos. Es proveedor de alimento físico y espiritual, es proveedor de paz, de salvación.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Cuando aceptamos a Jesús como salvador, Dios nos perdona la deuda (el pecado que nos separaba de Él). ¿Quiénes somos nosotros para no perdonar a los que nos ofenden, si ya Dios nos perdonó a nosotros? Podemos pedir perdón a Dios, cada vez que nos acercamos en oración, sobre la base de que hemos aprendido a perdonar. Recibir y dar perdón nos libera de la carga.
“Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal; Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. Este modelo de oración no se pudo haber cerrado con mejores palabras. Dios no nos tienta, lo que dice es que nos guarda en el momento de la tentación, nos libra del mal porque es nuestro pronto auxilio en la tribulación. Y nos recuerda que debemos estar confiados porque de Él es el poder y la gloria. Y en el amén final vemos un fuerte así sea.
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